Nunca me he acostumbrado a escribir en el ordenador. Siempre tengo la sensación de que es algo ajeno a mí y no consigo aprehender las palabras. Se quedan atoradas en algún punto inconcreto a la altura de mi esternón izquierdo.
Suelo escribir en pequeños libretas de tapas negras o en cuadernos de espiral. Salto de una a otra dependiendo de lo que suponga que vaya a escribir. Pero siempre me acompaña una de ellas, casi antes que mi cartera.
Escribo en cafés. En los parques, sobre la hierba, bajo la sombra de un árbol. Escribo sentado o tumbado sobre mi cama. En el tren. En el metro. En los autobuses. Escribo a lápiz en mi libreta de tapas negras. A bolígrafo en los cuadernos de espiral.
Tengo cuadernos más grandes donde escribo mis relatos y mi aún inacabada novela.Tengo un cuaderno que reservé, una vez, solo para poner las ideas de relatos o historias que se me iban ocurriendo. Pero no duró mucho. No suelo escribir con ideas preconcebidas. Tengo otro que comenzó como un “diario intermitente” pero se quedó ahí, agotado y con la mayoría de las páginas en blanco. Tengo una libreta de tapas negras solo para dibujar en la que intercalo frases y mínimos textos que poco a poco ha ido ganando terreno.
…
Ahora escribo esto en una antigua libreta frente a un café con hielo. Después, en casa, atraparé estas palabras escuchando la radio.
Creo que nunca me acostumbraré a escribir en el ordenador.