Bibliometro S05E03. Yo quería comenzar esta quinta temporada bibliometrusca con este libro pero bueno, algunas circunstancias me hicieron postergar su lectura (y no, La maldita información de Martin Amis aún no tiene nada que ver, aún no llegaba a amargarme la mente), que recoge las dos primeras novelas del célebre y mentado Haruki Murakami, eterno aspirante al Nobel de literatura, cuya obra a estas alturas se ha extendido por casi cincuenta años, abarcando novelas, cuentos, ensayos, entre otros experimentos que lo tienen bien posicionado en el kokoro popular. Yo no había leído nada de este escritor japonés y, ya que estaba la opción disponible, al menos comenzamos por el principio, lo que siempre viene bien.
Primero tenemos un agradable y sereno prólogo en el que Murakami nos cuenta la génesis no sólo de su obra sino de él en tanto escritor. Viviendo su veintena en una plácida mezcla de apuros económicos y certeros logros materiales (felizmente casado, dueño de un jazz bar que generaba dinero y liquidez para ir saldando deudas, teniendo una existencia movida pero con los ingredientes precisos), las ganas de escribir le llegan de una manera bastante curiosa e inusual: viendo un partido de béisbol, sentado en una ladera que funcionaba a modo de grada, recibiendo la inspiración literaria proveniente del cielo, más o menos: una epifanía, una revelación. Y luego procede a relatar cómo escribió su primera novela, tomando en cuenta que no sabía cómo escribir una novela, además de no tener mucho tiempo precisamente. Un desafío personal afrontado con sencillez, candidez, ingenuidad incluso, enfrentando las dificultades propias de la escritura, confrontando sus propias expectativas con la realidad del papel en blanco. Este prólogo es un perfecto antecedente tonal e incluso atmosférico, incluso formal, para Escucha la canción del viento, porque podría decirse que esa primera novela corta es, en efecto, el resultado ideal de ese arrollador impulso que lo llevó a escribir. Luego no se explaya mucho sobre Pinball 1973, salvo que la escribió en sus ratos libres, como la primera, y que luego vendería su jazz bar para dedicarse full time a ser un escritor profesional y vivir de la literatura, que es el sueño de todos los vagos del mundo.
Escucha la canción del viento me encantó, me dejó contento. Su planteamiento es sencillo: el protagonista, ya viejo, narra sus días de vacaciones en su costera ciudad natal, días de ocio, días de tedio, días de nada: la atmósfera de incertidumbre vital, o mejor dicho de pausa, detenimiento vital: la vida no avanza en eso que llamas hogar, el tiempo se congela y te ofrece instantáneas que son pasado y presente a la vez, pero no futuro. El protagonista es un estudiante de biología animal o algo por el estilo que pasa sus días tomando cerveza en el bar junto a su amigo el Rata, un adinerado nini que reniega de su clase, que pasa algunos días entablando una singular relación con una aún más singular dependienta de una tienda de vinilos, que pasa sus días pensando en días pasados, novias pasadas, amistades pasadas, ideas pasadas. A través de una prosa sencilla, minimalista, sobria, gentil, suave, evocadora, el joven y novel Murakami nos transmite y expresa una sentida exploración existencial de una generación como atrapada o asfixiada en una amenazante monotonía cotidiana, ritual, que a veces se ve también acompañada por una precariedad material: el vacío interno de una generación que acaso aspira a ser, humanamente, más de lo que la sociedad quiere que cumplan responsablemente, vacío que queda de manifiesto cuando no hay nada que hacer, cuando no hay deberes, cuando hay un descanso de estudio y trabajo: cómo llenar y avivar los días si ni siquiera sé cómo llenar o avivar mi corazón, mi mente, mi cuerpo. En otras palabras Escucha la canción del viento me ha parecido una historia sumamente honesta, que no quiere engañar a nadie en su intención de retratar el hastío de estos personajes representativos de cierta generación, quizás el hastío de los pueblos alejados de las grandes y palpitantes urbes niponas, y que se vale a la perfección de un lenguaje para nada superfluo que es capaz de crear personajes reconocibles, espacios físicos con textura y relieve, y esa sensación de tiempo detenido que choca con la olas de vitalidad que emanan de cada uno de estos personajes desesperados por romper unas invisibles cadenas que, sin saber cómo, se han cerrado en torno a sus cuellos y extremidades. Y todo encaja muy bien con lo que Murakami contaba en el prólogo: una novela notoriamente joven, felizmente sencilla, pero con voz propia, una escritura llena de ideas, entusiasmo, sensaciones, directa al grano al momento de expresar lo que había en sus entrañas. Como digo, me encantó.
Luego viene Pinball 1973 y, ya para ser su segunda novela, la cosa comienza a ponerse pantanosa. Es una secuela espiritual de Escucha la canción del viento, pero también sigue las andanzas de uno de los personajes, el Rata, que acá lo tenemos más solo y melancólico que nunca, melancólico hasta el hartazgo, hasta lo insoportable; el otro personaje es un solitario traductor, pero bastante exitoso (su negocio va viento en popa: le sobra trabajo, no le falta dinero, las preocupaciones se mantienen cómodamente a raya), que simplemente no soporta la eterna repetición de su rutina, una vida tranquila pero intrascendente. En esta segunda novela Murakami, se nota, ya comienza a creerse más escritor. Si en su primera novela era solamente un dueño de bar que se propuso escribir una novela, abrazando y aprovechando a su favor sus limitaciones o carencias de todo primerizo (sin esconderlas), ahora parece creerse más el cuento y se propone tapiar esas carencias o limitaciones con trucos o recursos que evidencian aún más dichos baches, que en un par de años no puede dominar todas las herramientas como pretende. Murakami pierde candidez y gana en pomposidad, pero no a niveles tan terribles, es más que nada por el lado del Rata, un personaje totalmente innecesario, tan innecesario que en sus segmentos Murakami se la pasa describiendo vacua e innecesariamente calles, playas, montañas, laderas, soles, vientos, estrellas, edificios, ventanas, vientos, una y otra vez, incluso cuando ya lo ha hecho antes, mientras el Rata se dedica a lamentarse por su falta de coraje para hacerse dueño de su destino, para ponerse los pantalones y tomar al toro por las astas como se dice, pero eso lo digo yo porque el personaje en realidad lamenta que su vida sea tan mierda por culpa del mundo, del universo, de los otros que no le ofrecen nada por lo que entusiasmarse, estimular su existencia.Y así se la pasa, yendo al bar, andando en auto, caminando por el paseo marítimo, echado en su cama mirando el techo, en una irritante espiral de autocomplacencia y autocompasión que no lleva a ningún lado, todos sus segmentos lo mismo, tanto que Murakami parece olvidarse o hartarse de él y centrarse, ya por el final, en el otro personaje, cuyos segmentos son más interesantes, primero porque cuentan cosas, ya sea la rutina, las excentricidades de su existencia (entre ellas su cohabitación con dos gemelas perdidas por él, el relato de unas anécdotas bien entretenidas, ciertos inesperados hechos cotidianos que le dan color a su grisácea rutina), logrando crear esa sensación de estar en una estación de la vida, detenido en el vagón generacional en el que viaja: cuando ya es un hombre que puede mantenerse a sí mismo, cuando dejó de ser un muchacho dependiente, pero ahora qué, cumplidos los objetivos y los sueños, qué es lo que queda, lo que hay, lo que viene, eso es lo segundo bueno, porque hay personajes hábilmente retratados con sus variadas personalidades, ideas, sentimientos y existencias en cuestión. Ya saben, los hechos y los personajes avanzan a la vez que piensan, reflexionan, cuestionan, remecen. De hecho, la prosa de estos segmentos se asemeja bastante a la de Escucha la canción del viento, con algo más de construcción en sus descripciones, pero lo justo y necesario para situarnos en tal lugar o imaginarnos tal o cual persona o situación, no como sucede con lo del cansino Rata. Por lo demás, hay algo que le da buen remate al segmento del traductor: que en el tercio final le da un ataque de nostalgia por una máquina pinball en la que solía ser un maestro, ataque que lo impulsa a investigar dónde puede encontrar dicha máquina para verla otra vez, lo que se convierte como en un relato de investigación, como si fuera un detective de policía reabriendo el antiguo caso de un infante desaparecido. Si la parte del traductor estaba bien escrita y narrada, ese tramo final en clave thriller te engancha aún más y le da un coherente y buen cierre a la peripecia vital de un personaje, en efecto, perdido pero que necesita algo que le iluminase el camino del porvenir, aunque sea con una luz del pasado, ya saben, la máquina pinball como mecanismo para escudriñar su propia vida y persona, para, siguiendo el rastro de la máquina perdida, rastrear también los pasos de su extraviada biografía.Pinball 1973 está bastante bien, de hecho es muy disfrutable, sin el juvenil e inexperto encanto de Escucha la canción del viento eso sí, pero pudo haber sido un libro sumamente redondo, ni idea por qué lo quiso joder con los lloriqueos del Rata ese (otra prueba más de que, a veces, ciertos secundarios no deben cruzar la línea de los protagonismos).
Sumando y restando, muy buenos comienzos hemos tenido con Haruki Murakami. Sus dos primeras novelas, si bien parecen adelantar posibles carencias o tropiezos, lo cierto es que adelantan varios rasgos prometedores y característicos, indudablemente dan fe de una mirada y voz propias que tiene algo que decir, y no es menor, no es nada fácil ser capaz de retratar el vacío existencial de una generación atrapada entre los bellos ecos del pasado o la infancia/adolescencia (la pared) y la agria y gris incertidumbre de un futuro aburrido (la espada), tampoco lo es ser capaz de capturar el punto exacto en donde habitan la alienación, la soledad, la apatía, y el joven Murakami transmite el sofocante clima de la Nada en que muchos viven. Por traer a colación a Amis con Perro callejero y La información, en esas novelas no es capaz de transmitir ello, solamente te transmite una soporífera superficialidad formal.Ya veremos con qué vamos a seguir de este señor, pero hemos quedado interesados.
Este libro, que no sé si se aprecia pero está bastante manoseado y más o menos a mal traer (lo que me hace pensar que, quizás, sea una donación, porque además está subrayado en algunos pasajes y páginas, aunque no sé cómo funciona el sistema bibliometrense: si compran, reciben libros de editoriales, cómo, ah, cómo), se supone que está en circulación desde principios de este año, siendo pedido en seis ocasiones, nada mal, pero nada inesperado considerando el estatus de Murakami. Por cierto, les aseguro: no hay fichas bibliográficas debajo de la que ven. Sayonara.