Revista Diario

Escúchame bien, Scrooge, antes de que caiga la noche te visitarán tres espiritus

Publicado el 13 abril 2013 por Jordi_diez @iamxa

Escúchame bien, Scrooge, antes de que caiga la noche te visitarán tres espiritusHoy me han pasado algunas cosas que me gustaría compartir con vosotros, y que no sé muy bien cómo calificar...
La primera ha llegado con las horas más noveles de la mañana. Tras varias noches sin dormir bien, hoy me he despertado con el recuerdo de un sueño en el que empaquetábamos nuestras cosas y volvíamos a casa después de siete años de ausencia. He de confesar que soy de esos que nunca recuerdan sus sueños nocturnos, por lo que me ha llamado la atención que la sensación de felicidad por volver a casa hubiera traspasado la aduana del despertador.
Poco después ha venido la segunda del día. Tras dejar a mi hijo en el colegio, y ya de camino al trabajo, he recibido un mensaje de una lectora de El péndulo de Dios que me ha emocionado profundamente, un mensaje que me ha humedecido el alma y me ha llegado a los ojos (o al revés) porque lo he recibido en un momento en el que estoy ávido de señales, y que reproduzco para vuestro juicio.
Maria R.M. Acabada de leer hace unos días e intentando asimilar todavía, me ha ENCANTADO Jordi, han habido noches que he apagado la luz a las 2 de la madrugada enganchada, cada día deseando que llegase la noche para, después de bregar todo el día con mis niños, la casa, el trabajo..., durante el rato que mis ojos aguantaban, trasladarme a diferentes épocas, lugares... GRACIAS!!!
En las encrucijadas de la vida, cuando llega el momento de estríar el nuevo camino que crees que has de seguir, uno se vuelve más sensible a las señales, más necesitado de verlas, de seguirlas, de interpretarlas con acierto; de escuchar al corazón, de saber con la intuición y el espíritu, más abierto a los mandatos de la voz que a los razonamientos del asustadizo, temeroso, cobarde y calculador cerebro. En momentos así hay que saber seguir las pequeñas luces que se iluminan en el camino para que no nos perdamos, y el mensaje de María ha sido un faro de 20.000 W de potencia con flechas en neón brillante que señalaban “¡HACIA ALLÍ, VE HACIA ALLÍ!”
Después de este chorro de luz, ha seguido un día más o menos rutinario, hasta que por la tarde, de camino a casa me ha ocurrido la mayor. En República Dominicana es habitual que la gente espere en los márgenes de la carretera, cerca de una casa, de un lugar iluminado, o de sitios de referencia, para pedir lo que aquí llaman “una bola”, y que no deja de ser solicitar que alguien te dé un aventón. Me ha llamado la atención una chica joven, de unos 20 años, con un bebé de pocos meses en sus brazos que esperaba junto a la estación de policía. Estaba de pie a pleno sol, sin buscar cobijo, erguida (cosa extraña aquí), en postura de digna espera, y solicitando que alguien la llevara. Nunca subo a nadie, esa es la verdad, salvo que sean niños que van o vuelven del colegio, o madres solas con sus hijos en circunstancias de mucho sol, lluvia, de noche,… Bien, la cuestión es que he decidido parar y, tras asegurarme de que iba en la misma dirección que yo, llevarla un tramo hacia su destino.
La chica ha resultado tener diecisiete años, me ha dicho su nombre y el de la bebé, y tras cruzar dos o tres palabras más de cortesía, me ha pedido que yo fuera su “novio”. Evidentemente me lo he tomado a risa, porque además de casi le triplico la edad, ni era lo que me esperaba escuchar ni lo que yo hubiera pretendido o insinuado en ningún momento. Sin embargo en ese instante he visto clara la situación, la puta y maldita situación: una persona humilde en un vehículo que vale más de lo que probablemente ella ganará en toda su vida, con un extranjero (mucha gente piensa que todos los extranjeros aquí somos ricos), buena apariencia, me refiero a que no parezco un tipo peligroso, un smart phone en la guantera, gafas de sol de marca, ..., debe haber pensado que no tendría muchas más oportunidades como ésa para jugar sus cartas, y me lo ha dejado ir tal cual. Después de gastarle un poco de broma y comprobar, en la forma de mirarme, de observar el coche, de comprender la realidad, que yo realmente podía hacer lo que quisiera con esa menor sin más barreras de las que me marcara mi conciencia, se me ha helado la sangre y se ha producido un silencio tenso y nervioso como hacía tiempo que no vivía. Sobre todo por mí parte, porque ella, si bien podía ser mi hija menor, parecía más frustrada ante mi negativa que preocupada por la situación.
Al llegar al lugar al que le había prometido que la acercaría, y mientras apuntaba con alivio el coche contra el bordillo para facilitar el desembarco, me ha preguntado si me gustaban los niños. Pregunta capciosa porque justamente la conversación escape que había utilizado para romper el tenso momento, había sido preguntar por su hija y manifestarle mi simpatía por los niños. He contestado de nuevo que sí mientras maniobraba y paraba el coche con un deseo incontenible de que se bajaran. 
Entonces la menor ha asentido a mis palabras con un movimiento afirmativo de cabeza, ha dejado a su hija en el asiento del acompañante con sumo cuidado, ha abierto la puerta y se ha bajado, no sin antes mirarme a los ojos y decirme con una sonrisa:
-Quédesela, se la regalo.


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