No han sido pocas las veces que me he encontrado con un escritor que decía lo mismo que aparece en el título que abre este artículo. Y yo no he podido más que reírme. De sobra es conocido también el ego del escritor que cree que su obra está perfectamente escrita (no entro en si es buena o no, eso ya lo juzgará cada lector según sus gustos), sin errores. «Salvo alguna que otra coma, no hay nada más», otra de las frases que suelo escuchar cuando un escritor decide, al fin, permitir que un corrector la vea antes de publicarla.
Corregir una novela es mucho más que eliminar esos «fallitos» de comas y tildes, porque aparte de la ortotipográfica, también hay que revisar la novela en cuanto al estilo. «Pero ¿eso no cambiará mi forma de escribir?». «Seguro que ahí el corrector hace lo que le da la gana». Pues ni una cosa ni la otra. La forma de escribir del escritor NUNCA se cambia, siempre se intenta mejorar cambiando una palabra por otra que encaje mejor en el texto, eliminando un exceso de palabras que, una vez escritas y repasadas, nos damos cuenta de que sobran. Sin olvidarnos de las reglas básicas que hay también en este sentido a la hora de escribir una novela.
En la literatura, como en otros aspectos de la vida, «menos es más». No vale meter mucha palabrería para contar que el sol sale por el Este, como tampoco sirve contarlo de cinco formas diferentes para venir a decir lo mismo. Siempre hay que simplificar, lo que no quiere decir que le reste a la historia ese ritmo que necesita para que enganche al lector. Con esto, quiero referirme a esas frases que nunca acaban; coma, tras coma, tras coma, tras coma y se siguen poniendo comas... Acuérdate de vez en cuando de que los puntos también existen. Es cierto que en algunas ocasiones es necesario que la frase cuente algo más y se hace más larga, no importa. Lo que sí sería conveniente es alternar las cortas con largas y si puedes reducir una larga a dos cortas o convertir una larga en una corta sin perder la esencia de lo que se quiere contar, habrás ganado fluidez.
¿Has oído hablar alguna vez del gerundio de posterioridad? ¿Te suena esa palabreja que cuesta pronunciar? Te cuento: el gerundio es una forma verbal que expresa una acción simultánea o anterior a la del verbo principal. Es decir, que una acción se hace a la vez que otra. El problema surge cuando intentamos expresar dos acciones que no se pueden realizar a la misma vez con un gerundio. Eso es lo denominado gerundio de posterioridad.
«—Eres muy bonita, tú piel es muy suave —le dijo, besándola».
(¿Quién es capaz de besar mientras está hablando o al revés?)
«—Tienes la piel muy suave —le dijo, entre beso y beso en el cuello».
(Es más correcta así, ¿verdad?)
Otra palabreja con la que nos topamos y cuyo uso empleamos mientras escribimos sin darnos cuenta es el pleonasmo. Para explicarlo, nada mejor que la definición que hace la RAE de ella:
1. m. Ret. Empleo en la oración de uno o más vocablos, innecesarios para que tenga sentido completo, pero con los cuales se añade expresividad a lo dicho, como en fuga irrevocable huye la hora.
2. m. Demasía o redundancia viciosa de palabras.
Por lo tanto, frases como «subió las escaleras para arriba» o «bajó los escalones hacia abajo» serían incorrectas. Mejor emplear complementos como «subió a la planta octava» o «bajó al jardín».
¿Observas la diferencia?
Como ves, a veces, una palabra o una oración que creemos que está bien puede hacer que el texto pierda calidad y nos preguntamos por qué nuestra novela no consigue llegar a más gente. Por desgracia, el boca a boca funciona mucho más cuando las cosas son para mal...
¿Crees que alguna vez has cometido estos errores?
¿Qué vicios tienes a la hora de escribir?
Como lector, ¿te afecta que un libro no esté bien escrito o te da igual si la historia te gusta?