Revista Diario

Ese maldito semáforo.

Publicado el 17 agosto 2010 por Estudiasocial

Ese maldito semáforo.Siempre es lo mismo.
Ese maldito semáforo se pone en verde antes de que me de tiempo a cruzar el asfalto. ¿Cuánto tarda? ¿un minuto, medio minuto?.

La ciudad, esta enorme urbe de cacas de perro y escupitajos por las aceras no está hecha para endebles viejos como yo.
Esta jaula infame, desprovista de humanidad y repleta de barreras estandarizadas hacen de una aventura extrema que jubilados, discapacitados o simplemente personas que vayan caminando sin prisas, se convierta en una ardua labor atravesar la carretera a tiempo, sin que nos piten los coches impacientes por arrancar, sin que la prótesis de cadera te avise que la llevas hace un par de años y mucho ojito con desgastarla que como andes listo, otros cuatro meses de espera para recambiártela.
Ignominiosa ciudad de hormigón sin sentimientos donde nadie le importa a nadie. El maldito semáforo se abre, riéndose en tu cara, de tu vejez, de tu incapacidad y de tu mísera existencia. Los jóvenes corren, aceleran el paso y cruzan sin problemas. Ya llegareis a viejos, ya. Y os preguntareis dos veces antes si merece la pena salir por la ciudad. Por las frías e inhóspitas avenidas, mirando de reojo los enormes escaparates del museo del jamón. Haciéndose la boca agua y rascándote el bolsillo por si encuentras algún euro entre las costuras. Pero sólo encuentras el consabido recuerdo de esa desgraciada pensión que hace obligarte rebuscar entre los contenedores del Carreforur exprés o ser un eventual turista de los mercadillos tradicionales de frutas, hortalizas, ropa de imitación y perfumes robados. Esperando para que recojan los camiones y alguien se apiade de ti y te de lechugas con alguna hoja podrida o manzanas llenas de golpes. Comer de la basura se está convirtiendo en una práctica cada vez más habitual entre los jubilados españoles. Ese ahorro me supone llegar a final de mes con menos apreturas.
Cada día hay más competencia en los contenedores de las tiendas. Nos disputamos los filetes de ternera caducados entre inmigrantes recién estrenados en la tierra prometida de occidente. Ese maldito semáforo.

Ni qué decir tiene que además nosotros, retirados del mundo laboral, adquirimos nuestros propios recursos de supervivencia. Decidme cómo por ejemplo ¿podría comer jamón serrano al menos, una vez cada tres meses?. Tengo un amigo que conocí en El Retiro cierto día. Me sugirió contratarle para que por un módico precio me robara el jamón del bueno, nada de paletilla descolorida y lonchas finas como el papel. No. Él visitaría unos de los grandes centros comerciales donde la primavera y las navidades siempre se adelantan, y así jabugo afanado, pasaba a englobar mi humilde patrimonio de vez en cuando en el interior del precario y paupérrimo frigorífico. Es una táctica habitual, nada ética, pero donde dos actores sacan algo en claro que nos permite llevar el día a día con algo en el estómago y al ladrón con unas monedas en la cartera, quizás para pagarse algún vicio, que se yo, ni me importa. Dicen que dos millones de pensionistas españoles viven por debajo del umbral de la pobreza. Han tardado en publicarlo. Algunas veces he llegado a pensar que era una leyenda urbana, como esa que dicen que abandonan a los ancianos en las urgencias de los grandes hospitales en periodo estival mientras que los hijos se marchan a la playa dejando el teléfono del hotel en el bolsillo del pantalón. Al menos no nos dejan en las gasolineras como a los perros… ¿o si?
La supervivencia ya no física de barreras arquitectónicas sino la otra, la emocional está a la orden del día en personas ancianas. La sociedad, se encarga de tapar, esconder lo políticamente inestético de las ciudades. El mal trato institucional, burócrata, social, nos llegará a unos antes que a otros. La soledad va de la mano con el paso del tiempo y la indiferencia. Y ese maldito semáforo cambiará a verde en segundos. Volverá a reírse en mi cara todos los santos días que cruce esta calle. Hasta que mi prótesis de cadera diga ¡hasta aquí hemos llegado, vejestorio! ….. Más: España en 2018: más jubilados, menos niños, menos inmigrantes.
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