Yo sé lo que es querer a un animal. Hace ya más de un año que se murió mi Cholo, y todavía le echo de menos y casi me parece que sigue dando trotes por la casa, de vez en cuando. Quien nunca haya tenido un perro o un gato es incapaz de conocer todo el cariño que te transmiten estos bichos, todo lo que te hacen sentir. Esa necesidad de protección que nos inspiran y lo frágiles que les vemos, adorándonos, idolatrándonos, convirtiéndonos en sus héroes. Admirándonos incondicionalmente. Queriéndonos de una forma tan sincera, limpia y desinteresada que difícilmente podría compararse con el amor que profesamos los humanos.
Y sí, claro, sólo son animales. Obviamente les sobreprotegemos, les mimamos en demasía y quizá nos pasamos con nuestra ansia protectora, pero no hay mejor equivocación: los animales nos hacen ser mejor persona. Yo siempre he creído (y lo defenderé por más argumentos en contra que me den) que alguien que es capaz de amar a un animal no puede ser mala persona. Alguien que se preocupa por un ser peludo y baboso, que le cuida, que disfruta de su compañía, que se emociona con sus lametones y muestras de cariño, que sufre con su dolor, tiene algo especial en su manera de ver el mundo que le hace ser más bondadoso y empático con las demás personas. Verdaderamente no me imagino a un maltratador, a una asesina o a alguien frío y calculador incapaz de sentir nada por nadie cuidando de un perrito con cariño. Y puede que me equivoque, pero hasta hoy mi experiencia me ha demostrado que es así e inconscientemente en mi mente hago esa calificación cuando conozco a alguien: si tiene mascota y la quiere, es buena gente, del mismo modo que mis alarmas se disparan cuando conozco a alguien que desprecia a un perro o un gato.
Bea es muy buena gente. Igual que Casiopea, mi amiga y "mami" de cuatro gatos. Que otros pueden llamarla así, "la loca de los gatos", pero que a mí me enternece. Igual que Alejandro, que sube fotos de su "gordita" a Instagram día sí y día no. Porque no hay mejor locura que amar a los animales. No hay extravagancia más deliciosa que desvivirnos por un bicho, por canalizar de forma tan dulce nuestro cariño y de perder la cabeza por ellos.
Le mando un besazo gigante a Bea, que sé que ahora mismo lo necesitará. Tu Dolly tuvo mucha suerte de tenerte, igual que tú de haberla tenido a ella.
Y vosotros, los que me leéis, haceos el favor de ser inteligentes y amar a un animal. Porque si conseguís tener la gran suerte de ser el objeto de devoción de un perro o de un gato, veréis que os hacen el mayor regalo que nadie os podrá regalar nunca: su poco tiempo.