A estas alturas de esta película que se llama crisis todavía estamos en que si fueron galgos o podencos, si la culpa fue del chá-chá-chá o todo es debido a que el profe me tiene manía. Y como los fabulosos analistas financieros, grandes estadistas y entendidos varios se chupan el dedo y dicen lo que les parece en función del fresquito que les da en el dedo después de chupársalo durante un buen rato, yo no me voy a resistir a chupármelo, el dedo.
Me da la sensación que cuando admitieron a España en el mercado común, fue como si dejaran jugar a las carreras de coches al niño pobre y tonto del barrio, con cierto aire de compasión por un lado y por el otro con la malicia de saber que con el coche escacharrado con el que nos disponíamos a jugar a las carreras seríamos más que un peligro una diversión. Y no andaban desencaminados.
Como el coche con el que empezamos a participar estaba viejo, con un motor viejo y sin potencia que sólo tenía turismo tipical espanish, agricultura atrasada e industria desfasada; nos empezaron a dar dinero en grandes cantidades. Así el chico pobre del barrio podría arreglar su coche viejo y hacerlo competitivo para poder correr con el resto de amigos europeos. Y no sólo el motor estaba hecho fosfatina, la pintura estaba saltada por todas partes, la abollada carrocería era pesadísima, las ruedas no tenían ni dibujo, la amortiguación era como la del somier de mi abuela, los pilotos-políticos de la época era unos auténticos manazas por la falta de experiencia y los mecánicos-empresarios unos jetas que se dedicaban a buscar piezas de repuesto en los desguaces cobrándolas como si las hubiera hecho con sus propias manos Henry Ford.
Casi sin esperarlo el chico pobre del barrio se encontró de repente con mucho dinerito que le daban el resto de coches de la competición para que arreglara su coche y poder competir mejor; y como un nuevo rico se dedicó a tunear el coche. Lo decoró con maravillosos colores, la carrocería parecía la de un deportivo, alerones, una música llamativa y ensordecedora, brillantes yantas con más pulgadas que la televisión de un gigante y pegatinas con las marcas de moda. Llegó a ser un coche incluso más bonito que el francés o que el italiano, para que vamos a negarlo.
Sin embargo ninguno de los pilotos que pasaron por el coche se preocuparon de hacer que el motor mejorara. Debía de parecerles absurdo gastar el dinero en investigar en que el motor fuera más eficiente, más potente, más fiable; de modo que invirtieron en él lo mínimo, si acaso, alguna pequeña chapuza para que fuera tirando para adelante a base de construir más que ningún otro país del mundo. Y parecía que todo iba bien, porque la carretera estaba bien asfalta, era llana y podíamos mantener el ritmo del resto de coches europeos. Con esas circunstancias cualquier tonto podría pilotar el coche, incluso yo mismo. Fueron buenos tiempos para todos los que querían vivir en la más peligrosa de las mentiras, que es la media verdad.
Pero un día, la carretera comenzó a estar mal asfaltada. El camino se puso cuesta arriba y unos esquivos individuos que nunca salen en las fotos, pero que son los que dirigen la carrera decidieron que les interesaba enviar a los coches por caminos más complicados. Probablemente para provocar averías y vender repuestos. El caso es que el precioso coche español no tenía motor suficiente como para mantener la marcha, el piloto fue pisando más fuerte el acelerador, pero el motor no daba para más, se recalentó y estuvo a punto de explotar. De modo que llegó un momento que todos se dieron cuenta no sólo de la gran distancia que les sacaban el resto de coches europeos, si no de que además la cosa no iba a mejorar.
Estuvieron a punto de dejar tirados en la cuneta a los coches de Grecia, Portugal y España, pero decidieron darles otra oportunidad, porque tampoco se preocuparon mucho de mirar si lo que había debajo del capó era un motor, se conformaron con saber que hacía ruído, sin comprobar que en realidad lo que había era una enano que daba pedales con una grabación del motor de un Ferrari, como así se demostró después.
Esta vez parece que después de poner colorado al dueño del coche, le obligarán a que se las ingenie para obtener dinero para mejorar el motor y de paso darle un buen tirón de orejas a los empresarios-mecánicos, que están acostumbrados a trabajar menos que el coreógrafo de Victor Manuel.
No es tarea fácil conseguir que el coche español pueda mejorar lo suficiente como para aguantar el ritmo del resto de coches. Al piloto le sabotean los mecánicos y el copiloto que le da lo mismo si el coche se estrella con tal de tomar él el volante. Y por si fuera poco la mejor forma que se le ha ocurrido al piloto para obtener dinero con el que comenzar a arreglar el motor es gastar menos dinero en el combustible que movía el motor, parece que va a dejar de usar la macar "CurrantesSufridos", y va a emplear una más barata de la marca "NoMeLLegaPaComer" que es notablemente menos eficiente.
Probablemente a pesar de las dificultades se consiga que el coche español tenga un motor adecuado dentro de unos años: el nuevo pandereta-power 2020. Pero seguro que para entonces habrá que tirarlo a la basura porque lo que triunfará para entonces serán los motores eléctricos.
keagustitomekedao