Estoy convencido de que este país no tiene solución. Caminamos, como estado, hacia el abismo al que nos empujan los dictadores de la economía civilizada -en la que unos pocos esclavizan a la mayoría- por la fuerza o por la ley, tanto da.
Desde un punto de vista objetivo, los que están encaramados al poder (PP, PSOE, Iglesia y Bancos) no cambiarán la ley electoral para evitar que les desalojemos por las buenas del mismo; y por ello seguirán apretando las tuercas a los ciudadanos para conseguir mantener sus privilegios. En ocasiones me parece imposible que tras 40 años de franquismo no hayamos espabilado y hayamos consentido tragar otros 40 años más de neofranquismo, democracia orgánica, o de pitorreo institucionalizado.
Finalmente la gente se irá o estallará una guerra que ganarán los que tienen dinero para comprar mercenarios e influencias para deber favores a las empresas que quitan y ponen gobiernos. A fin de cuentas las guerras las ganan aquellos que están dispuestos a hipotecar la paz, porque saben que no la van a pagar ellos si no los que sobrevivan a la derrota.
No hay solución ninguna. Desisto de intentar buscar una salida para España. Es esfuerzo baldío. Es mortificarse absurdamente. Es lacerarse con la ineptitud y la contumaz creencia de que alguien posee una varita mágica con la que nos sacará de los problemas que nos hemos buscado y nos acunará con una nana celestial, mientras nos alaba la infantil habilidad balón-pédica.
Incluso cuando elucubro quiméricas soluciones en las que se saca a pedrada limpia a: políticos –de mil ideologías y un solo bolsillo común-, banqueros –que tildan de ladrones a los que fracasan cuando les imitan- y empresarios –cuya visión de negocio acaba un dedo antes que sus narices-, de las instituciones desde la que se decide qué hacer con el dinero que nos roban y cuánto más robarnos; para que ellos sientan el efecto que causa su violencia ejercida a través de las instituciones sobre el pueblo indefenso; incluso en ese momento de placer endorfínico sé que estoy cayendo en la bisoñez.
En esos momentos consigo visualizar como la masa ciudadana enardecida por la certeza de un futuro mejor, les saca de los despachos de lujo y poder a varazos y les encierra hasta que devuelvan todo lo que han robado. Que todo lo que se atesora en Gibraltar, Bahamas, Liechestein, Suiza o cualquier otro paraíso fiscal regrese a quienes de verdad trabajaron por conseguir ese dinero
Y después, desterrar de por vida a esas docenas de miles de sanguijuelas que parasitan al país, junto a sus descendientes. Un destierro de la Europa que usaron como pretexto para asfixiarnos durante décadas. Ni un céntimo vale la pena gastarse en alimentarles en las cárceles.
Limpiar de esa gentuza el país y volver a construirlo de forma plural. Bien es claro que mi preferencia es una república federal. Pero no soy tan zafio como para imponerla, por mucho que me parezca la solución más adecuada para España, sigo convencido de que la mayor parte de la población carece de la madurez y capacidad crítica suficientes como para aceptar vivir en una república democrática.
Tras un rato de feliz meditación, la utopía se desmorona con la certeza de que el lugar de esa ralea imbécil será hábilmente ocupada por otra de la misma calaña que aguarda su momento de vil triunfo, como esas especies de peces en las que al morir el macho las hembras cambian de sexo para ocupar su puesto.
En ocasiones dudo de si lo que está más enraizado en la idiosincrasia hispana es la picaresca, la estafa y la vagancia o es pura estupidez genética mejorada con el tiempo de forma similar a lo que se consigue con la cría de ganado lechero.
Yo, por el momento, desisto.
keagustitomekedao