En muchas de las películas españolas que sin duda merecerían un recordatorio u homenaje por mi parte en esta entrada echo en falta una banda sonora que comparta protagonismo con los intérpretes (acaso lo mejor de nuestro cine), con lo bien historiado en la pantalla.
No me atraen especialmente los filmes de Almodóvar, menos repetitivas y más interesantes (para mí, y yo no soy experto en nada, que nadie se llame a engaño) las obras dirigidas por Amenábar (¿son realmente españolas sus películas, no se asemejan demasiado a las de Hollywood?), pero sí alabo en las creaciones del manchego "¡Pedro!" las canciones que elige para acompañar sus atinados reflejos del mundo de las féminas (según afirman los expertos), como me sucede con las músicas del Tarantino y sus violencias, cada vez más parecido su rostro al del Popeye de los dibujos animados, no al Popeye del de Faulkner.
Afortunadamente, estas cuatro películas de mi recordatorio u homenaje de hoy son tan buenas (para mí) que no cojean aunque les falte un gran acompañamiento musical, lo mismo que les sucede a esas ficciones escritas tan encantadoras que lo de menos en ellas son ciertas incorrecciones gramaticales o el desorden de algunos capítulos puestos de manifiesto en el mismísimo Quijote cervantino.
En las cuatro fantasías hay vida muy real, auténtica, sin efectos especiales, la vida anónima que tantos y tantas vivimos cada día, ayer, hoy, mañana y siempre (esperemos que lo de "mañana y siempre" sea tan real como esas fantasías).
Aún suena en mi interior la voz particular, apenas voz, de José Isbert, y la voz cavernosa y prudente de un guardia civil (por obra y gracia de Berlanga, no de los guardias civiles de la época) que en El verdugo le recuerda a Nino Manfredi que debe poner en funcionamiento el garrote vil para ajusticiar, reo él también, y víctima, por pretender una vida mejor.
Puedo confesar, y confieso ( Adolfo Suárez en la memoria), que me atrae más El bosque animado de José Luis Cuerda que la novela de Wenceslao Fernández Flórez en que está basado el filme; ambas fantasías, en todo caso, deliciosas para el paladar de la mente (mía): almas en pena, el ladrón Fendetestas (ya podían ser como él todos los ladrones), el tren amenazador que cumple sus promesas, el sonido vivo de una pierna ortopédica que dos señoritas de ciudad confunden con manifestaciones de difuntos...
No puedo escribir lo mismo de Los santos inocentes, magistral la novela corta de Miguel Delibes e igualmente magistral el filme de Mario Camus, donde se oyen las palabras escritas por el vallisoletano y se ven sus personajes, en ambas la ternura, la inocencia, asediada por la crueldad sin máscara, sin remordimientos de conciencia: en ella toca ponerse serio, compadecer, admirar, rechazar, tomar nota, no pasar de largo ante la mano tendida, maltratada por el sino de los pobres.
Vaya por Dios, de la cuarta no me acuerdo ahora, ayúdame tú, amigo lector, lectora amiga, cómplices míos.