Revista Literatura

espejo

Publicado el 14 agosto 2010 por Mmechi
Todo empezó el día en que me di cuenta que la persona que veía en el espejo era yo. La convivencia con ese cuerpo, que a veces comprendía antes que yo el dolor, el hambre o el sueño, súbitamente coincidió con una cara que se dejaba ver entre el pelo largo y el buzo gris. Ese día, me acuerdo, me asomé al rectángulo de un espejo que se cerraba con otros dos espejos laterales, mostraban los lavatorios y el vaso con la pasta y los cepillos de dientes, una puerta llevaba al inodoro y la otra a una ducha. Éramos mi cuerpo y yo los que aparecíamos por tres. Ese día pude conocer la espalda y el perfil. El simple hecho de bañarse o lavarse los dientes estaba precedido ahora por un entrenamiento donde yo registraba el acatamiento de mis cejas y mis fosas nasales. Lo que pasaba afuera era inducido en ese espacio, yo quería ver nuestra unión, cómo eran los gestos que los otros veían.En poco tiempo el reflejo especular nos permitió ensayar pasos de baile y hacer playback de canciones de Xuxa, convertir nuestra ajenidad en una entrañable relación de cuidado mutuo. A veces yo daba las órdenes, otras me sometía a sus caprichos. El día que mi hermano mayor fue testigo de una performance que lamentablemente dejó llegar hasta el final para reírse por una semana, tuvimos que tomar recaudos porque la exploración se estaba volviendo socialmente peligrosa. El encuentro con el espejo pasó a ser anecdótico, yo ya podía ver los hombros, la panza o las piernas sin estar ahí parada haciendo ridiculeces que podían ser sorprendidas. Los rituales se achicaron hasta transformarse en algo cotidiano que pudiera pasar desapercibido. Pero la angustia llegó. Un día, otro, me di cuenta que la cara que yo veía, era yo la única que no la podía ver. Con esfuerzo y fuera de foco distinguía mi nariz, mi boca estirada o mi lengua. La cara que tocaba, no. Y el cuello tampoco. Por supuesto, me largué a llorar. Las lágrimas salían, me mojaban, yo las agarraba, las secaba y lloraba más porque veía que salían. Ese día, la revolución empezó: mi cara, transfigurada, ya no respondía, el llanto se apropiaba de los gestos.

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