Ok, si, me fui de vacaciones. Para un tipo de mi estirpe no es fácil planificarlo. No es cuestión de mirar el almanaque y elegir una fecha. Uno tiene que estar siempre porque el deber es el deber. Uno así lo eligió. Sin embargo el cuerpo habla y cada tanto pide un descanso.
El celular tuve que llevarlo, no podía apagarlo de un día para otro. Me suena todo el tiempo, lo que es un fastidio. No en sí por tener que escucharlo, sino por esa voz en mi cabeza que dice en todo momento "tenés que atender, tenés que atender". Contesto cada llamada un poco más tarde con un mensaje de texto. Estoy seguro que piensan que no soy yo el que les responde. Me deben imaginar secuestrado o peor aún, ahogado en el fondo de algún lado. No es para menos.
La última vez que perdí contacto con el mundo, fue hace una década. Estuve afuera un mes. Al volver me habían hecho un velorio y un funeral sin cuerpo presente. Lo más difícil fue hacer los trámites para darme de alta otra vez como "ser vivo". Esta vez hay una persona que sabe, aunque solo hablará en caso de llegar nuevamente a este instante extremo. Odiaría pasar por lo mismo una vez más.
La finalidad es la misma que la de cualquier buen vecino. Quitarse un poco de stress de encima y dejar de pensar en el trabajo. Si uno no logra despegarse de lo que hace, no solo corre el riesgo de caer en un vacío provocado por la rutina sino que además es probable que termine odiando la actividad que realiza.
Dudo que me suceda, reitero, la última vez que lo dejé fue hace una década. Pero lo mío es una cuestión de mentalidad. Tengo nervios de acero. No es una expresión, sino un hecho. Si no fuera así, no podría cumplir mi rol en la sociedad. La falsa justicia es necesaria, de la misma manera que debe haber un justificativo para que existan las cucarachas.
El mar es atrapante, debo reconocerlo. Tiene un no sé qué que lo hace especial. Sobre todo en las noches nubladas, cuando la oscuridad lo confunde con el horizonte mismo y el sonido es la única percepción que nos queda mientras nuestros pies reposan sobre la arena húmeda y fresca.
Por supuesto que he estado antes en el mar, incluso he navegado bastante, pero no en plan de vacaciones. Es diferente enfrentarse a tanta maravilla y poder apreciarla. Cuando uno trabaja, lo que nos rodea forma parte de un escenario, una gran oficina. El mar, las montañas, las calles, el cielo. Todo. Pero al anteponerle la palabra vacaciones a nuestro andar, transformamos esa fachada que nos imponen las obligaciones en un distendido cuadro de unas pocas semanas de duración.
Aunque hay cosas que no puedo dejar atrás. El celular es uno de ellos. La Glock 18 es otra. Encajan bien debajo de la camisa rosa a medio abrochar y el look de playa con el que me he vestido, completado con ojotas negras y short de baño azul.
La gente pasa a mi lado, le sonrío a las jóvenes en diminutos trajes de baño, le guiño el ojo al niño que arroja la pelota de goma a mis pies y compro alguna que otra bebida fría en el puesto de ventas sobre la arena, casi con la misma naturalidad que el resto del año me enfundo en mi verdadera personalidad, la que no deja de atender el teléfono y no esconde el arma.
Mis conocidos se preguntarán en tanto, perplejos, dónde carajo estoy. Más de uno sospechará que al fin me han dado caza. Pero lo cierto es lo que les he contado. Playa, mar y sol. Y de noche, cuando las nubes ocultan la luna y no hay diferencia entre el mar, la arena y el horizonte, largas caminatas. Puede que se escuche un disparo o dos. Puede... pero no está en mí confesar tales acciones. En esos casos, es la Glock la que se distiende, como todo hijo de buen vecino.