El 2012 no dejó ganas ni de despedirse de él. A este 2013 que se nos va le retiré el saludo hace meses; que no espere un abrazo de despedida. Y lo peor es que están siendo años para olvidar, de los que nos acodaremos para los restos.
Hoy me gustaría hablar del 2014. Me gustaría hablar bien, aún a riesgo de equivocarme. Cuando uno habla de quien no conoce, las probabilidades de no estar en lo cierto son altas. A veces las apariencias engañan.
Aquél adiós de 2011 hablaba de que tenía la sensación que se había producido un punto de inflexión, que la actitud y disposición de la gente comenzaba a ser otra. Creo que así fue. También creo que no se supo captar y aprovechar. Los mandamases, gerifaltes de todos los ámbitos, castas políticas, económicas y controladores de riendas diversas estaban en su propio punto de inflexión. En su mundo, sin importarles el nuestro –en enero dediqué una entrada a hablar de ello: "Su mundo, nuestro mundo"–. Esos dos puntos de inflexión nos han alejado aún más. Espero que 2014 nos pueda brindar un punto de inflexión común. [Esta última frase no me la creo ni yo, pero he dicho que iba a hablar bien del año nuevo y no me está saliendo, perdón].
No se me da bien hablar por hablar, las manidas cantinelas de estas fechas se me dan fatal. Hoy he visto llorar a un tío de dos por dos. Sí, un hombre tan grande como un armario ropero, llorando como un niño. Ya, ya sé que son fechas de amor, de felicidad, de hermandad entre los hombres... De comer turrón y cantar villancicos, pero es que... hay que joderse.
Hoy le doy la bienvenida, con los brazos abiertos, al 2014. Mi deseo es que el 31 de diciembre, cuando se extinga su llama, pueda mirarlo a los ojos sin rencor, darle un abrazo de despedida y susurrarle al oído que ha merecido la pena conocerle.
Mis mejores deseos para todo el mundo, en este año que está a punto de comenzar; para
todos los mundos, de todo corazón.