Puse en marcha mis pies, y saliendo de aquel callejón, me di cuenta que las personas me miraban de forma extraña. Sólo opté por no hacerles caso. Caminaba a mi refugio, y al llegar a aquella choza de mansión que tenía, me sentí solo. Las bebidas no me daban felicidad, ni mi familia. Nadie me quería ahí, sólo estaba para repartir el dinero y nada más.
Y, como era de costumbre, le daba su capricho.
Tomé una ducha, y me puse mi bata.
Con la botellita de licor a mi costado me puse a pensar y a preguntarme cosas que nunca me había hecho. Me senté en el inmenso jardín al frente de mi mansión. Y cogí la pluma y un papel impecable, y comencé a escribir frustrado y con amor.
Esta mañana desperté como mi escritor interior siempre quiso.