Esta vez NO hemos ido a la manifestación del Orgullo. La decisión estaba casi tomada después de sufrir en nuestras propias carnes la desorganización del año pasado, que es, básicamente, la desorganización del anterior, lodo que sale del barro desorganizativo del fatídico Europride. Cuando terminamos el recorrido del año pasado, mi novia lo dejó bien claro: "Yo el año que viene no vuelvo". Y lo siguió diciendo hasta que llegó el Orgullo del día 2.
Por mi parte, he de decir que me he pasado un año inmersa en el mar de la duda. Creo que la manifestación del Orgullo es una ocasión importante para reivindicar nuestros derechos y demostrar nuestra fuerza, además de darnos a ver y a conocer a todos aquellos que deseen ver y conocer la cara de nadie que tiene una persona LGBT. En general, me considero bastante comprometida, suelo acudir a diversas concentraciones y manifestaciones de causas que me atañen directamente o que considero justas; así que esta manifestación no podía ser menos, sino todo lo contrario.
Pero de un tiempo a esta parte he ido dejando de sentirme identificada con ella. Me explico: siempre ha habido elementos que no sentía representativos de lo que yo soy o siento; sin embargo, no sólo no me han impedido sentirme identificada globalmente con el Orgullo, sino que me han enseñado a conocer lo diferente dentro de lo diferente, a aprender a respetarlo como muestra de la diversidad, y a fundamentar más razonadamente unas ideas críticas hacia esos elementos que pecaban, en muchos sentidos, de prejuiciosas.
La falta de identificación que siento es, por tanto, más profunda. Eso no quiere decir que mi compromismo con la diversidad sexual esté en horas bajas; todo lo contrario: actualmente creo que es más fuerte y extenso que nunca. El problema radica más en el modo de expresión: probablemente necesite encontrar otras maneras de manifestarme por nuestros derechos y nuestra visibilidad, de mostrarme ante la sociedad como ciudadana injustamente discriminada, de abrir el camino para todos los que vienen detrás y que, actualmente, sufren una represión mucho más seria de lo que yo nunca lograré siquiera imaginar. Esta es mi postura y no he sentido que el Orgullo de este año fuera la manera de exteriorizarla.
No obstante, quiero dejar bien claro que considero esta decisión como algo coyuntural. No pretendo dejar de ir al Orgullo para siempre, ni defiendo que los demás sigan mis pasos; nada más lejos de mi intención. Simplemente, me parecía importante expresar que, esta vez, he necesitado parar, dejar de asistir y reflexionar para encontrar otras vías (que pueden ser las mismas, pero desde otra perspectiva) de hacer lo que llevo haciendo tantos años llena de orgullo y convicción.
En cualquier caso, creo que esta reflexión es importante para todos. No necesariamente en el sentido en el que yo la he hecho, pero sí sobre el Orgullo como reivindicación y los ataques más o menos velados que está sufriendo. A mí ya lleva tiempo pareciéndome que la falta de seguridad, organización y masificación inenarrable es un reguero de pólvora que alguien ha ido echando sobre nuestra reivindicación en espera de que prenda solo, para así tener la excusa perfecta con la que acabar con ella. Y como nuestros ángeles de la guarda deben redoblar ese día sus esfuerzos (porque, insisto, no sé cómo todavía no ha pasado nada grave, y que conste que yo no sufro agorafobia ni nada por el estilo), esta vez han pasado a la acción de manera más directa: me quedo sin palabras ante la peregrina excusa que han encontrado para prohibir los conciertos en la Plaza de Chueca, y la inclasificable "solución" que ha apoyado la organización para continuar con los mismos conciertos, pero en su versión silenciosa. Algo huele a podrido en el Orgullo madrileño, y como no nos pongamos las pilas rápido, el hedor acabará siendo insoportable.
Por eso mi compromiso es cada día más fuerte, y por eso esta vez he necesitado andar dos pasos hacia atrás y volver a mirar hacia delante con un poco más de perspectiva.
Encantada y orgullosa, como siempre.