Revista Literatura

Estanis y el optimismo

Publicado el 19 julio 2012 por Gasolinero

Los pájaros se aman por la mañana, al pintar el día. En el árbol de la casa de al lado, que está comido de aves, mueven una escandalera de mil demonios con sus requiebros amatorios. Los gorriones y vencejos pían; los palomos arrullan. La algarabía de los zuros a veces parece el chillido de un águila o el ulular de la lechuza. El canto de la lechuza antes era presagio de muerte; ahora uno no sabe lo que anunciará.

—No hay que buscarle tres pies al gato.

Estanis, el periodista, escucha el aullido aviar de fondo, sobre el constante piar laEstanis y el optimismo gente llama a la emisora de radio que tiene puesta. Casi todos jubilados. Estanis tiene un homónimo que es carpintero, casado con una noruega espiritual, rubia y luterana; tienen seis hijos todos nacidos en Villaescusa de Haro, provincia de Cuenca, rubios, morenos y castaños, dos a dos; varones y hembras, también dos a dos según el color del pelo. Estanis, el carpintero, lleva siempre serrín en la ropa, en invierno abrigo loden y aparca donde le dictan los gitanales. Sin maldad, ni pensando en las consecuencias y siempre sonriendo, pero si te pilla te fastidia.

Estanis, el periodista, caza musas esta mañana. Tiene que escribir en “su” columna, algún texto edificante y moralizador que sirva para muñir el espíritu de los lectores, alejándolos del adocenamiento de estos tiempos. Un texto que ilumine, oriente y conmueva, en un estilo epistolar, que siempre se estila. Estanis —de quien no sabemos los apellidos y esperamos que  se llame Estanislao— estuvo de seminarista en Tuy durante dos cursos y medio, debido a que el padre fue cabo primero del extinto cuerpo de carabineros y tuvo que servir en aquella ciudad miñota. Se llamaba Serafín, curiosamente sin bigote y con fama de mala persona. Cuando se integró el glorioso cuerpo de aduaneros en la Guardia Civil pidió la baja por cuestiones de conciencia y se volvieron al pueblo, abandonando el futuro periodista los estudios canónicos. Estanis, el periodista, tuvo en el seminario un maestro salmantino, de Ciudad Rodrigo, seglar, que siempre llevaba el mismo traje negro y que hacía píldoras con mucha maña y disimulo.

—Para acabar con el paro habría que fusilar a todos los parados —dice un oyente de la emisora, a voz en grito y sin atender las reconvenciones del presentador.

El perro del vecino de Estanis ladra a todo lo que se mueve, sin mesura y con ahínco; cuando está protegido por la reja de la ventana. Ahora, en la calle y suelto huye hasta de los saltamontes. Al cartero lo odia, cuando se acerca a la casa parece que el can esté poseído por todos los demonios del tártaro, se conoce que el chucho sabe que últimamente solo trae avisos de facturas devueltas y certificados de hacienda.

Estanis habla casi siempre en voz baja y con tono soso y aburrido, lineal, incompresible y pesado. Es petulante, pretencioso y él sí lleva bigote. No comprende el optimismo de la gente, con lo mal que está todo, se rebela ante quienes piensan que esta vez también saldremos. Para él vamos de camino al precipicio, irremediablemente, inexorablemente —a Estanis le gustan los adverbios grandilocuentes—; no nos libra nadie  y pensar lo contrario es posibilismo inane,  infantilismo dañino, alejamiento de la realidad y apoyo al gobierno.

Se condena cada vez que ve a su vecino. Cuatro años sin trabajo, que ha empezado con cincuenta años una nueva actividad, que ya veremos cuando le reporta dinero y que comen porque trabaja su mujer. No entiende por qué tiene esa sonrisa siempre en la cara y da los buenos días con tanta fuerza y alegría. Piensa que es el atrevimiento propio de la ignorancia, o que milita en alguna secta que le obliga a sonreír.

 —Oye vecino, ¿no te da vergüenza tu actitud con la que está cayendo?

—Pues no, si de todas formas estamos mal, ¿nos vamos a poner peor estando siempre cabreados?

http://www.youtube.com/watch?v=r7Uz3qGsu5Q


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