Hace más de tres años escribí "Pareces feliz". Decía que no sabía lo que hay cuando no hay felicidad.
Me estoy dando cuenta, en estos días, de que no soy feliz. Es algo nuevo. A pesar de que le he puesto harto drama a varias temporadas, casi siempre viví feliz, tal vez porque me asumí feliz. Ahora no, pero no hay problema (o no por eso); a cambio, estoy bien. De hecho, estoy llena de los contentos que trae consigo la presencia de B. Me siento feliz la mayor parte del tiempo cuando estamos juntas. Pero la felicidad es otra cosa, según lo veo; como un estado de satisfacción de un grato con vibración luminosa que es el background de todo lo demás que se experimenta... En algunos momentos se siente, en otros no: pero está. En mi caso, por el momento, no está... creo.
La canción de José Luis Rodríguez me gusta especialmente porque puedo verme en las imágenes. Pero además, es interesante escudriñar el sentimiento que provoca ver a la ex pareja viviendo como si no se le hubiera acabado el mundo, tan campante, pareciendo feliz. Hay que ser miserable -o estar muy dolido- para que no dé gusto que alguien a quien se quiere -o se quiso- parezca feliz. Pero con todo y el gusto, hay una sensación de "mira, cómo no estoy yo igual de en otra cosa, mariposa". Y eso de "nos hemos amado con todas las fuerzas [...] y todo acabó", me encanta; en el contexto de la canción pone en evidencia una especie de sorpresa ante el duelo asimétrico -llevado por uno solo de los deudos-; como que el sujeto, si no fuera maduro y educado, reclamaría que el otro no lleve luto.
Esto me hace pensar en cómo algo, por ejemplo, una relación con alguien, queda en el centro de la construcción de felicidad. Lo que debería estar en el centro de esa construcción es una misma. Ni siquiera la estima propia, sino una misma. Lo pienso después de unos días de releer y releer "Útero - 7 poemas de amor", de Alberto Vázquez (el mejor regalo que nos han hecho, a B y a mí).