Revista Literatura

Este fantasma no da miedo

Publicado el 31 octubre 2013 por Jonhan



Este fantasma no da miedo

kriakao
Ennio Morricone - Cinema Paradiso



 

 Le dijeron que bajara por una antigua vereda que bordeaba la orilla del río, al pasar un pequeño puente medieval a la salida del pueblo, que continuara hasta un recodo, formado por la erosión del agua entre las piedras y allí mismo, a su izquierda, debía traspasar lo que llamaban "la puerta del diablo". Ése era el lugar donde se aparecía el fantasma del anochecer, habitante de los veranos y protagonista de montones de historias emocionantes. A él, que amaba la naturaleza tanto como el razonamiento deductivo, le pareció una excelente excursión para empezar sus vacaciones y desmontar el misterioso cuento en el que tantos creían. 
Decían que un ente de luz se aparecía en el lugar al comienzo del verano, muchos lo habían visto y lo contaban asustados. Algunos que no se habían atrevido a traspasar la "puerta del diablo" decían que no tenía una forma humana que era como círculo de fuego entre las ramas y las hojas, y que cambiaba de tamaño como si estuviese palpitando. Los mayores, sin embargo, decían que al encontrarse con el fantasma, éste los había cubierto y habían sentido aterrorizados, una lluvia como de arena sobre su piel.
Cuando empezó a cruzar el pequeño puente medieval, se paró en el centro de su único arco y contempló cómo el sol se estaba acostando sobre el agua justo al lado del camino que se veía desde allí. Los colores verdes de los matorrales se estaban transformando en azules apagados y los reflejos del sol sobre el agua ya eran grises, marrones... Se sentía entusiasmado ¡como un explorador! Después de un curso lleno de sobresaltos y diluvios, ahora podía dedicarse a observar la naturaleza justo como a él le gustaba, lejos de los laboratorios, de asépticos lugares cerrados que conoció en su juventud, cuando todavía se podía investigar. En su mochila lo necesario para quedarse en el bosque y resolver el enigma.
Cuando llegó a lo que sus alumnos llamaban "el altar", un recodo entre las piedras, lo reconoció de inmediato. No parecía haberse producido de forma natural sino más bien que fuese obra de antiguos soldados y quizás algún creyente hipnotizado, de otra época también, lo había adecuado para que pareciese lo que la imaginación venera. Alguien había dejado unas flores sobre la tierra hacía ya tiempo y una pequeña campánula blanca surgía de la pared. ¡Caprichosa la piedra con forma de corazón! pensó al ver su forma. A su izquierda, los pocos rayos de luz horizontales que quedaban alumbraban directamente hacia un impresionante nogal cuyas ramas jamás habían sido podadas y su propio peso las había apoyado, unas sobre otras y sobre la tierra, como si quisiesen volver a entrar en el suelo formando un muro natural. 
Aquella pared de ramas, "la puerta del diablo", solo se podía atravesar por un pequeño hueco estrecho cercano al tronco, se veía a través de él un amplio claro donde cualquier amante que se precie habría llevado a su pareja sin dudarlo. Tiró primero la mochila balanceándola como pudo y luego pasó de lado. Unas pequeñas ramas del nogal se engancharon en la correa de la cámara que llevaba al cuello y arañaron su oreja izquierda antes de quebrarse y caer justo en su mano. 
Ya dentro, lo primero que hizo fue mirar arriba y sorprenderse. Sí, era un lugar encantado, pero por la belleza que veía. Las estrellas, (todas, pensó), brillaban con tal exceso que sin darse cuenta extendió su brazo hacia ellas con la vara del nogal como si quisiese revolverlas y acercarlas. Aldebarán, Bellatrix... Todos los nombres hermosos de estrellas se le vinieron a la cabeza mientras unas gotas de sangre caían desde su oreja al cuello. Oía levemente el movimiento del agua del rio cercano pero dentro de ese círculo natural le pareció música y bajó su brazo con la rama de la mano como si de una batuta se tratara, moviendo los brazos y dirigiendo el vibrato de la orquesta que imaginaba escuchar. Luego miró al frente... ¡podía pintar la noche de miles de colores! Entonces giró sobre sí mismo sobrecogido y emocionado cuando, de pronto, apareció el fantasma e instintivamente se agacho. 
El fantasma brillaba y cambiaba de forma, se estiraba y encogía ante sus ojos; a veces parecía una flecha y otras una ola; a veces se le acercaba y otras se alejaba. Nunca hubiera imaginado ver algo así y acabó arrodillado primero, tumbado después, sin fuerzas por la sorpresa, soltando la rama de nogal sobre la hierba cuando algunas de las luces palpitantes se habían acercado a ella como si quisieran reconocerla.  
Allí tumbado en la tierra recordó una frase que su padre le dijo una vez: «Queremos saber para convertir en nuestro lo que no es, y jamás podrá ser».
Después de aquella noche volvió en muchas ocasiones pero siempre escondiéndose de las miradas. Quizás por un tardío acto de rebeldía frente a su padre, o por respeto a la naturaleza que lo enamoró, o quizás por puro egoísmo, o puede incluso que por amor a todas las artes pero nunca contó la razón del fantasma. Sobre su mesa en el aula, la vara de nogal reposaba en un frasco a modo de florero y al lado, una foto que se hizo de su oreja sangrando. Cuando los niños preguntaban: –profesor, ¿vio Ud. al fantasma? El contestaba muy solemne: –Sí, lo vi. Me dijo que se acercaba una tormenta con olor a madrugadas que lo cambiará todo con el chasquido de dos nubes, y entonces me arañó la oreja con este palo... Los niños boquiabiertos miraban la foto sin darse cuenta de que debajo del frasco donde se asentaba la vara había un libro cuyo título rezaba: " El apasionante mundo de las luciérnagas"
  (Felicidades Oxígeno)  

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