Esta semana es nuestro amigo Juan Carlos quien nos guía en esta azarosa tarea de crear sobre papel vacío, ahí es nada. Nos anima a escribir sobre aquellos cines de barrio o de pueblo, que eran los que teníamos antes de la llegada de las grandes superficies comerciales. Aquí dejo mi aportación, que espero sea de agrado y provecho:
CINE DEL PUEBLO
Ya están todos sentaditos: el Rogelio con la Ricarda, que no sé qué habrá visto en ella; la Purita con ese gañán del Casildo, que si supiera que tiene favorita en el redil; don Genaro, siempre con su bastón de mando y acariciando los muslitos a la sobrinita del boticario, que parece disfrutar provocando al dinosaurio; los quintos también se han metido, supongo que gratis, como pitanza que les da su pueblo…
Ya estoy preparadito para accionar el proyector, pero me gusta hacerles esperar. Se ponen nerviosos con cada minuto que me excedo de la hora. En una ocasión, me excedí más de cinco minutos, y me acertaron en la cabeza con un cagajón; hoy seré yo quien salga victorioso. A mis pies tengo la artillería pesada: un cenacho repleto de cagajones recién traídos de la cuadra del Alfonsino.
Eran las cinco y cuatro minutos, y ya se movían sus cabecitas más de la cuenta. Cogí un cagajón con la mano derecha, accioné el proyector con la izquierda… ¡Al Rogelio se la tiro por calzonazos! Con tan mala suerte que le acerté a don Genaro en la mano impúdica. Y es que, cuando me entusiasmo como aquel día, olvido que soy zocato. Y además que me vieron todos: eran las cinco y cinco.
Alberto Villares.
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