Y SOMBRERO PANAMEÑO
Siempre hay un algo que te hace evocar otro algo. En mi caso fue un viaje en metro. Iba a trabajar, y, cuando me disponía a bajar, me entretuve leyendo una de esas pegatinas que ponen dentro de los vagones para animar a los viajeros a leer. En su interior había un fragmento de un libro precedido por una ilustración algo cómica. Tal vez os estéis preguntando qué aparecía en aquella pegatina.
Fue algo difícil de explicar, ya que, en realidad, fue algo más premonitorio que evocador. Por un instante, aquella ilustración se convirtió en una especie de ventana con vistas a mi futuro yo, como una de esas bolas de cristal que sacan las brujas y brujos en la tele. El caso es que me pude ver de mayor, a una edad de jubilación aproximadamente. En la ilustración aparecía un señor sentado en la terraza de un paseo marítimo, con traje de lino y sombrero panameño, y disfrutando de una copa de vino mientras la brisa marina le acaricia la barba canosa de varios días.
Sonó el pitido que indica el cierre de puertas y me precipité a salir. Acudí a mi puesto trabajo y no pude quitarme aquella imagen de la cabeza en todo el día. Sin ninguna duda era yo, porque mi capacidad para fantasear así lo aseguraba. Podría vivir tranquilo sabiendo que llegaría hasta la jubilación, como mínimo, y que viviría junto al mar, o que lo visitaría regularmente. Tendría el privilegio de disfrutar del mar fuera de temporada alta, pues aquella premonición sugería tiempo primaveral u otoñal. Y así pasé todo el día, hasta que me acosté, fantaseando sobre aquel señor con sombrero panameño al que la brisa marina le acariciaba la barba canosa.
Alberto Villares