Revista Literatura

Estéfano vaneyck (el guante)

Publicado el 29 septiembre 2011 por Teorema

ESTÉFANO VANEYCK   (EL GUANTE)
Todos mirábamos hacia la puerta cada vez que ésta se abría. Era una de nuestras distracciones favoritas en aquel hotelito de montaña: Esperar la hora de la cena para examinar a los que habían llegado ese día, para adivinar quiénes podrían ser, a qué se dedicaban y sobre todo en qué pensaban. Rondaba por nuestros espíritus un deseo de conocer gente interesante, de iniciar idilios, quizá.Aquella noche, sólo llegaron dos, pero sumamente extraños, un hombre y una mujer: eran padre e hija. Me recordaron a unos personajes de Allan Poe pero tenían un encanto especial, un aire preñado de tristeza. Me los imaginé víctimas de una misteriosa fatalidad.
El hombre era muy alto y delgado, algo encorvado, con el pelo totalmente blanco, demasiado blanco para su fisonomía joven aún. La hija, que aparentaba unos veintidós años, era menuda y bastante hermosa, de una belleza diáfana. Me llamó la atención además de su intensa palidez y ese aire cansado y ausente, el hecho que llevase para cenar un solo guante en su mano izquierda. Un guante de terciopelo negro que le aportaba distinción y misterio.

La curiosidad y fascinación que sentía por esa joven hizo que me las ingeniase para coincidir y entablar contacto con la misteriosa pareja. Tras una breve presentación por ambas partes e intercambiar anécdotas de viajes, me atreví a preguntar al padre de la joven:.- Perdone mi indiscreción, caballero.. su hija parece ausente todo el tiempo. Es....- ¿Sordomuda? nó. Digamos que Juliette prefiere habitar su silencio. ¡Imagínese que esta muchacha fué enterrada viva!Al ver mi expresión de asombro, prosiguió con su relato:.- "Mi hija padece una extraña enfermedad cuyo origen aún desconocemos. Pronto quedó huérfana de madre a los cinco años y desde entonces ha sufrido graves ataques de corazón. Bertha, nuestra fiel ama de llaves, la ha cuidado todos estos años con entregada abnegación pues siempre nos temimos lo peor.Un día de intenso frío la trajeron inanimada, muerta. Acababa de desplomarse en el jardín. El médico de familia certificó su muerte. La velamos un día entero y dos noches; yo mismo la deposité en el ataúd donde la enterramos en el panteón familiar. Quise que la enterrasen con todas las joyas, pulseras y anillos heredados de su madre y con su primer vestido de gala.Volví a casa, casi extenuado, enloquecido de dolor ¡Sólo la tenía a ella, mi única hija! ¡siempre fué mi adorada princesa! mi alma semejaba una llaga de dolor en carne viva. Bertha, que me había ayudado a colocar a Juliette en el ataúd y a engalanarla para su último sueño... conteniendo la emoción y las lágrimas, me preguntó:.- ¿Quiere tomar algo el señor?Negué con la cabeza, sin responder..- ¿Ordeno que le preparen su habitación, señor?.- No, gracias Bertha. Quiero estar solo.Y se retiró. Pude oír sus sollozos mientras se alejaba.No sabría decir las horas que transcurrieron. Hacía frío, se había apagado el fuego de la chimenea y el viento de invierno golpeaba las contraventanas con un ruído siniestro y acompasado. De repente, sonó la campanilla de la puerta de entrada. Me estrenecí. ¿Quién podría venir a esta hora?. Y de nuevo, bruscamente, volvió a sonar la campanilla dos veces. Sin duda alguna tanto Bertha como el resto de sirvientes no se atrevían a abandonar sus lechos a esas horas de la madrugada. Cogí una vela y bajé. Me latía el corazón, tenía miedo. Abrí bruscamente la puerta y ví que se erguía en la sombra una figura blanca como un fantasma. Paralizado de angustia, balbuceé:.- ¿Quién.. quién.. quién es usted?Me respondió una voz:.- Soy yo, padre.Era mi hija..- No tengas miedo papá, no estaba muerta. Quisieron robarme las joyas de mamá y me cortaron un dedo. Empezó a brotarme sangre y eso me reanimó.Y pude ver , en efecto, que estaba cubierta de sangre. Caí de rodillas, sollozando y jadeando, sin apenas poder respirar. Cuando recuperé el aliento y la facultad de pensar ayudé a mi hija a subir al salón y con precipitados campanillazos llamé a Bertha y al resto de empleados para que encendiesen el fuego, preparasen algo de comer y fueran en busca del médico.Bertha al entrar y contemplar a mi hija, abrió la boca en una mueca de horror y espanto, y cayó muerta de espaldas.Fué ella quien había abierto el panteón, quien mutiló a mi hija en su afán de avaricia y codicia para robarle las joyas y abandonarla después. Ni siquiera se preocupó de cerrar y volver a colocar el ataúd en su sitio, segura como estaba de que yo no sospecharía nunca de ella, pues siempre fué una más de la familia.".- ¡Qué historia mas horrible! acerté a decir al concluir el relato.La muchacha que durante todo este tiempo permaneció callada, me miró, sonrió. y despojándose muy lentamente de su guante de terciopelo, me tendió su delicada mano..- encantada de conocerle, caballero.Sin atreverme a mirar hacia abajo y sin distinguir el sedoso tacto de su piel, respondí:.- Es un placer, Juliette.

ESTÉFANO VANEYCK   (EL GUANTE)
.- Adaptación de un relato de G. de Maupassant, "los caminos de la demencia".


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