Revista Literatura

ESTÉFANO VANEYCK (el vestido rojo)

Publicado el 13 septiembre 2011 por Teorema

ESTÉFANO VANEYCK (el vestido rojo)
(*) Escucha esta historia - vídeos más abajo - en boca del Sr. Vaneyck, tal y como él me la contó.
Siempre me consideré un tipo feliz, hasta la edad de treinta y dos años viví tranquilo, sin ningún amor. La vida se me aparecía simple, muy fácil y agradable. Era rico. Tenía a mi disposición tantas cosas con las que podía deleitarme que no sentía pasión por nada. Me despertaba todos los día feliz, y me volvía a a acostar satisfecho sin preocuparme por un futuro sin inquietudes...


ESTÉFANO VANEYCK (el vestido rojo)
Mi casa es mi mundo. Varias amantes visitaron mis aposentos sin que mi corazón jamás se hubiera visto dominado por el deseo, ni menos aún, por el amor tras la posesión de los deliciosos cuerpos. Y, sin embargo, reconozco ahora que quienes aman tan a menudo deben experimentar una ardiente felicidad, menor quizá que la mía, pues el amor vino a dar conmigo de una manera misteriosa y sorprendente.


ESTÉFANO VANEYCK (el vestido rojo)
Siendo rico, dedicaba a coleccionar muebles antiguos y viejos objetos y me deleitaba imaginando las manos, los cuerpos, los sexos que habían rozado todos aquellos objetos; las superficies donde salpicaron los fluídos amorosos. Solía permanecer horas y horas contemplando un diminuto reloj que adquirí en un mercadillo y pertenecía al siglo XIX. Todavía funcionaba, como el mismo día en que posiblemente lo adquirió una mujer, o quizá se lo regalaron, embelesada de poder poseer aquella hermosa joya. No había dejado un sólo momento de palpitar, de vivir su vida mecánica, y proseguía sin cesar su regular tic-tac desde entonces...¿Quién habría sido la primera en llevarlo entre sus senos, entre el ambiente caliente de un escote en terciopelo rojo, latiendo el corazón del reloj contra su corazón de mujer sofocada y deseosa? ¿Qué ojos habrían espiado en aquella esfera de brillantes la hora esperada, la hora anhelada, la hora divina del encuentro con el amante secreto? Cúanto me hubiese gustado ver a la mujer que había elegido ese objeto raro y exquisito... he pasado noches enteras soñando con esas mujeres de otra época, tan hermosas, tan llenas de ternura, tan delicadas, cuyos brazos se hallan abiertos al placer y al beso y que ya han muerto. Pero el beso es inmortal; va de boca en boca, de siglo en siglo, de época en época. Los hombres lo recogen, lo dan y mueren.El pasado me atrae, y el presente me asusta, porque el porvenir es la muerte. Lamento todo lo que ya ha sido, lloro a todos los que han vivido; quisiera detener el tiempo, detener la hora. Pero el tiempo pasa y pasa sin cesar, me arrebata a cada segundo algo de mí mismo para la nada del mañana.


ESTÉFANO VANEYCK (el vestido rojo)
Una mañana soleada me hallaba dando un paseo por la ciudad, radiante de alegría y ganas de caminar, mirando tiendas con ese vago interés de quien pasea sin nada que hacer. De repente, descubrí en una tienda de antigüedades un mueble italiano del siglo XVII. Era un ejemplar bellísimo y casi único.Pasé de largo.¿Por qué el recuerdo de aquel mueble me persiguió con tanta fuerza que me hizo volver sobre mis pasos? Me detuve ante el escaparate para volverlo a ver y sentí que me invadía la tentación.¡Qué cosa tan extraña la tentación! Contemplamos un objeto y, poco a poco, nos seduce, nos transtorna, nos invade como lo haría un rostro de mujer. Nos invade una necesidad de posesión, una mansa necesidad al principio, pero que crece hasta hacerse irresistible.



Compadezco a quienes no han experimentado esa luna de miel del coleccionista con el capricho que acaba de adquirir. Lo acarician con la vista y con la mano como si fuera de carne; vuelven a cada instante a su lado, piensan en él en todo momento y lo contemplan con la ternura de un amante.Durante ocho días, llegué a adorar aquel mueble. Abría a cada instante sus puertas, sus cajones; lo acariciaba embelesado, gozando de las alegrías íntimas de la posesión. Una noche, al palpar el espesor de un estante, me di cuenta de que debía de haber un escondrijo secreto. Empezó a palpitarme el corazón, y pasé la noche entera buscando el secreto sin conseguir descubrirlo.
Lo logré al día siguiente, al hurgar con un cuchillo a través de una de las rendijas del mueble. Descorrí una tablilla y para mi asombro... me encontré colocada sobre un fondo de terciopelo negro ¡Una maravillosa cabellera de mujer!Sí, una cabellera, una enorme mata de pelo rubio, casi rojizo, que debían haber cortado a ras de la piel y atado con un cordón de oro. Me quedé atónito, tembloroso, desconcertado.. un perfume casi insensible, tan viejo que se diría el alma de un aroma, me llegaba desde aquel cajón misterioso y de aquella misteriosa reliquia. La cogí suavemente, casi religiosamente y la saqué de su escondrijo. Se desenrolló inmediatamente, esparciendo sus doradas ondas, que cayeron hasta el suelo, espesas y ligeras, suaves y brillantes como la cola de fuego de un cometa.No pude dormir aquella noche. Se apoderó de mí una extraña emoción. ¿Qué era aquello? ¿Quién la había cortado? ¿Un amante en un día de despedida? ¿Un marido en un día de venganza? ¿O bien ella misma se vió impulsada a rasurarse en un día de desesperación? ¿Fué el propio amante antes de enterrar al ser amado quien decidió conservar la única parte viva de su carne que no podía pudrirse, la única parte a la que podía todavía amar, acariciar y besar en sus arrebatos de dolor?Qué extraño que no se conservara ni una fotografía, una carta, ni siquiera una inscripción o inicial sobre la madera del mueble.Nada.Se me escurría entre los dedos, me cosquilleaba la piel con una caricia especial, con una caricia de muerta, Me sentí invadido de ternura, como si estuviera a punto de llorar. La retuve un tiempo entre mis manos hasta que llegué a turbarme, como si aún conservara oculto en su interior algo de su alma. Y entonces...volvía a colocarla sobre el terciopelo oscurecido por el tiempo, cerré de nuevo el escondrijo y salí a despejarme por las calles. Tenía la impresión de haber vivido en otra época y de haber conocido a aquella mujer. Tenía esa extraña sensación que se le queda a uno en el corazón después de un beso de amor.
Al regreso a casa experimenté un deseo irresistible de volver a ver mi extraño hallazgo, y lo cogí de nuevo en mis manos, y, al tocarlo, sentí que un largo escalofrío me recorría el cuerpo. Conservé durante varios día mi estado de ánimo ordinario, aunque no me abandonó un solo momento el pensamiento vivo de aquella cabellera. En cuanto volvía a casa sentía la necesidad de verla y tocarla. Y cuando había terminado de acariciarla, y tras haber cerrado el mueble, seguía sintiéndola a mi lado, como si se hubiera tratado de un ser vivo, oculto, prisionero, y seguía sintiéndola y deseándola... esa necesidad imperiosa de volver a cogerla, de tocarla, de estremecerme hasta enfermar con aquel contacto frío, escurridizo, irritante, enloquecedor, delicioso.Así viví durante un mes o dos, ya no recuerdo. Me obsesionaba, me sentía hechizado. Me sentía feliz y atormentado, como en una espera amorosa, como las primeras confesiones que preceden al beso. Me encerraba a solas con ella para sentirla sobre mi piel, para hundir delicadamente mis dedos en la espesura pelirroja de su cabellera, para besarla, para morderla. La enroscaba en torno a mi rostro, la bebía, hundía mis ojos en sus ondas doradas, a fin de ver el día de color rubio a través de ellas.¡La amaba! Sí, la amaba. Ya no podía prescindir de ella, ni estar una hora sin verla.Y esperaba.... esperaba.... ¡Qué? No lo sabía. Sin duda a ella.

Una noche me desperté bruscamente con la impresión de que no me hallaba solo en mi habitación.Y sin embargo, estaba solo. Pero no pude conciliar de nuevo el sueño, y como me debatía en un insomnio febril, me levanté para ir a tocar la cabellera. Me pareció más dulce que de costumbre, más animada. ¿Acaso resucitan los muertos? Los besos con que le infundía mi calor me hacían desfallecer de dicha, y me la llevé a la cama, y me acosté, oprimiéndola contra mis labios como a una amante a quien se va a poseer. Los muertos resucitan. Ella vino. Sí, la vi, la tuve, la conseguí, tal como era cuando vivía, alta, rubia, nórdica, carnosa, con los senos fríos y la cadera en forma de lira, y recorrí con mis caricias esa línea ondulante de su vestido rojo siguiendo las curvas de la carne.La tuve todos los días, todas las noches. Resucitó, ella, la misteriosa mujer de cabellera rubio-rojiza , la adorable, la misteriosa, la desconocida, todas las noches.Imposible olvidar el fru-frú del terciopelo rojo de su vestido al deslizarse por las escaleras.

ESTÉFANO VANEYCK (el vestido rojo)
Mi felicidad era tan inmensa que me resultaba imposible ocultarla. Sentía por ella un arrebato sobrehumano, la alegría profunda, inexplicable de poseer a la inaprensible, la invisible, la muerta. ¡Nunca amante alguno pudo gozar de placeres tan ardientes, tan terribles!No pude ocultar mi dicha. La amaba tanto que ya no quise abandonarla jamás. Llevaba conmigo un mechón de su cabellera a todas partes.Hasta que me descubrieron. Los envidiosos, los chivatos.. ésos que enfermos de ansiedad, los ojos fuera de sus órbitas, los que enfermos de celos no dudan en humillar a sus esposas en público. Estos "perros del hortelano" que jamás entendieron ésta ni ninguna de mis historias empezaron a corromper la belleza de los hechos con sus sucios escupitajos.Por eso... me he visto en la necesidad de contar los hechos como sucedieron.No os extrañéis que en la penumbra de vuestra habitación, alguna noche veáis cruzar volando una cabellera rubia como un pájaro de oro.




- (Adaptación libre de un relato de Guy de Maupassant "Los caminos de la demencia")
WYM9F8DNYD65

Volver a la Portada de Logo Paperblog

Revistas