Estelita soñaba despierta desde la ventana que daba a la ciudad, en el octavo piso del departamento que compartía con su papá.
Su rostro se contraía en una enorme sonrisa al ver el tren por las vías que pasaban cinco manzanas más allá y estallaba en carcajadas cuando un avión surcaba el cielo, dejando su sombra sobre el andén.
En sus sueños ella también viajaba, lejos muy lejos, incluso más que Peter Pan. Estelita y sus diez años le dijeron entonces un día a papá:
- Papi, quiero irme, quiero volar.
La miró con ternura y sin ser egoísta se lo permitió, como buen papá. La despidió con una lágrima, pero repleto de felicidad. Su hijita amaba la libertad.
Pero una semana más tarde llegó la policía preguntando por la niña. A la escuela no iba, a la calle no salía. Y alguien los llamó a la comisaría.
- Se fue - dijo con una sonrisa - Se fue volando, con tremenda alegría.
No le creyeron y lo detuvieron. Lo llevaron a una celda y lo tildaron de asesino. Lo enjuiciaron y la prisión se volvió su destino. Llora por las noches, por los maltratos y la oscuridad. Pero piensa en Estelita y vuelve a sentir felicidad
Y cada tarde, mientras el resto contempla los mismos barrotes que el día anterior, él estira la mano por el pequeño ventiluz y saluda a su hija, su ángel de luz, que sin dejar de sonreír, lo saluda desplegando sus alas, volando hacia su porvenir.