Un hombre, de unos cincuenta años, de estatura mediana, un metro setenta más o menos, ojos grises, cabello gris tocado con un gorro de lana al estilo marinero, cubierto con un gabán de cuero verde-gris, botas de las de antes, con suelas de goma de auto, y hebillas laterales que suenan al caminar, gafas oscuras, barba de varias semanas, entra, junto a su perro (un labrador rubio), en la sucursal de un banco (omito aquí el nombre del banco porque no hago propaganda si remunerar) y se dirige al despacho del director. Y tras comprobar que no está ocupado empuja levemente la puerta y entra.-Disculpe –dice el hombre-, ¿permite que pase?-¿Tiene cita? –pregunta el director, un hombre de unos cuarenta años de edad, medio calvo, ojos inquietos, negros, muy pequeños, doble barbilla, nariz aguileña, y de una incipiente obesidad.-No, no, solo será un momento, si no le importa –dice el hombre ya dentro cerrando la puerta tras él.-Pero, mire, yo tengo mucho trabajo y no puedo saltarme la agenda así como así –dice inquieto el director intentando acomodarse en su silla de diseño tras la mesa de cristal que lo separa del hombre que acaba de interrumpir su laboriosa mañana dedicada quién sabe a qué crímenes.
El hombre que acaba de entrar con el perro se sienta tranquilo y le dice a su fiel amigo que se siente también, el animal obedece dócilmente. -Bueno, está bien, ya veo que a usted no se le convence tan fácilmente –dice el banquero en un intento de amabilidad porque acaba de pensar que a lo mejor el hombre con el perro, "un perro como ese vale una pasta, piensa el banquero", puede ser un buen cliente, o un buen futuro cliente, y claro, a estos hay que darles un trato especializado, nunca se sabe cuánto dinero pueden tener estos excéntricos extravagantes.-Sí, ya lo ve, si usted estuviera en mi situación probablemente haría lo mismo –dice el hombre del perro.-No sé a qué se refiere, pero hable, hable –dice el banquero acariciando en su pensamiento la idea de que este hombre le va a ofrecer un buen negocio, o le va a decir que quiere abrir una cuenta en la sucursal que él dirige con total servidumbre a sus jefes, y con efectividad para el puesto que desempeña; y sin darse cuenta ya se relame de lo que, la posibilidad de que este hombre abra una cuenta con un buen montón de dinero, le producirá en su esmirriado sueldo por el que es capaz de sacrificar su tiempo, su familia y lo que haga falta, lo que importa es lo que importa: la pasta.-Me refiero a que quiero que ponga usted sobre la mesa todo el dinero que tenga en estos momentos en su oficina –dice el tipo sin temblarle la voz.-¿Qué? ¿Cómo dice? –dice exaltado el rechoncho director.-No creo que sea tan difícil de entender amigo –dice el tipo del labrador de pelo rubio-, quiero que ponga sobre esta mesa todo el dinero que tenga en estos momentos en su sucursal.-¡Usted debe estar loco! –dice el director arrellanándose en su sillón como queriendo imponer su poder en el despacho en el que está acostumbrado a ser el dios que todo lo puede, claro, siempre con el beneplácito de sus más alabados señores, los diablos de las finanzas-. Llamaré a seguridad ahora mismo para que lo saquen de aquí inmediatamente –se mueve inquieto el gerente de la sucursal e intenta asir el auricular del teléfono.-Perdone, ni lo intente –dice el tipo que ni se ha movido frente a él, el perro sigue ahí mirando al director como acusándolo de los crímenes que ha realizado.-¿Cómo se atreve? Debe usted estar loco –dice nervioso el director.-No, no lo estoy, pero usted y lo que usted representa y defiende me ha condenado a la miseria, a la más absoluta pobreza, pero no voy a entrar aquí en detalles que ya conocemos bien, ¿verdad señor director? –dice el tipo-, y para que le quede claro que no tengo nada que perder, y si no quiere que sus testículos queden estampados sobre la bonita pared de su despacho, avise a uno de sus esbirros y dígale que traiga todo el dinero que hay, y no haga ninguna tontería porque le estoy apuntado con una pistola a los güevos, le recuerdo que no tengo nada que perder, ya lo perdí todo, gracias a su “dios mercado”.