Sí, estoy quemada. Estoy cansada de tener que explicar a las familias que los adolescentes no pueden tener de todo y usarlo mal, que les hacen falta normas y límites, que deben ganarse las cosas y no lograr todo a lo fácil. Me quema, me cansa, me consume, descubrir que la mayoría de los alumnos no son torpes, sino vagos. Señora, señor: v-a-g-o-s, con todas sus letras -sus consonantes, sus vocales, su palabra llana sin tilde porque acaba en -s... La mayor parte del alumnado no necesita clases de apoyos, hora de refuerzo, profesor de Compensatoria, terapia psicológica escolar y tutoría de valores. Son holgazanes, perezosos, ligeros, indefinidos, imprecisos. No leen, no trabajan a diario, viven en el Tuenti, no les interesa su alrededor...
No es que esté quemada: estoy achicharrada. Porque en mi colegio habremos ganado en organización y calidad, como esta mañana me recordaba una compañera. Tal vez. Puede ser. Pero hemos ganado en burocracia y hemos perdido lo que nos llamaba -o lo que me llamaba- a este trabajo: la relación personal, la cercanía, el gusto por hacer las cosas.
La vocación, vamos.