Gracias a Carmen ( @CGT2009 ) por la imagen que ilustra esta entrada, sacada de su fotoblog «Una Foto al día»
Notó otra vez ese estremecimiento, era un sentimiento oscuro; un mal presagio, una premonición que afortunadamente ya conocía y que invariablemente le visitaba. Desde hacía ya… ¿cuánto? Ni lo recordaba.
Hubo un tiempo en el que buscaba el whisky mañanero y narcotizante para poder aguantar el día. Le soltaba la lengua y le mantenía alejado de los problemas, con media docena de chupitos se sentía el rey de las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado; el Grupo Costa del Sol unos matados a su lado. Después, los periodos de lucidez se fueron haciendo cada vez más cortos y la necesidad de alcohol mayor. Notaba como sus pensamientos eran traicionados por la boca, siempre se daba cuenta tarde de las inconveniencias pronunciadas, cuando no tenían remedio.
Las investigaciones las alternaba con siestas de diez minutos que descabezaba en el coche o donde pudiese ya que de otra manera era incapaz de sobrellevar el día y el licor. En los, cada vez más escasos, momentos de lucidez, la culpa le atenazaba y se veía como a esos a los que tanto criticó. Descuidaba su trabajo y sobre todo su vida. Se volvió confiado. La vida familiar era un infierno, cada vez llegaba más tarde a casa y con peores formas. Hasta que ella se hartó y se llevó a los niños.
Margareth. Rubia, alta, americana. Era de Boston, Massachusset. Vino a España tras acabar la carrera de letras. Necesitaba conocer la tierra de sus sueños, recorrerla, bailar flamenco, correr los San Fermines, cantar el carrasclás con la Brigada Lincoln y comprobar en sus carnes todos y cada uno de los tópicos que antes refirieron los compatriotas que la precedieron en la exploración de nuestra ignota tierra.
Se casaron. No se sabe sí por amor o por estética. Unirse en matrimonio por el rito católico con un guardia civil vestido de verde oliva y tocado con un tricornio acharolado era el epítome del typical spanish. La felicidad, si acaso la hubo, duró poco. Recordaba el poco apasionamiento de Margareth en la cama, parecido al de las pretéritas fulanas de su mocedad. Tuvieron dos hijos de los que se ocupó ella y que ahora echaba de menos. Cuando las cosas se pusieron feas y el olor a whisky y las voces se volvieron insoportables, cogió las criaturas y puso rumbo a Boston.