Esto es un extracto a la mitad de un capítulo del que ni siquiera os puedo decir el número, por la capacidad mutante de ese dato.
Regreso a mi cueva por otros pocos de días.
Stay in touch.
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Perdida en las inmensidades de la búsqueda de sentido. Todo se desmorona. La gente no tiene trabajo. No tiene dinero. O no tiene ni trabajo ni dinero. Hambre, sed y recortes sociales. Y yo soy una rata infecta pensando nada más en el Arte. ¿Emma, se puede saber qué haces? Es una de esas cosas ridículas que significan pocilga, directamente marrón sin ninguna metáfora. Otro contrasentido que añadir a mi recopilación personal. ¿Por qué aceptamos las grandes superficies que tiran comida semi-caducada a la basura, mientras en ese instante muere alguien de hambre pero nadie muere de confusión? ¿Y sin embargo siento tanta suciedad de estercolero al pensar en desarrollos artísticos?
Son como latigazos arrastrándose contracorriente en las venas. Tengo la sensación de que la sangre fluye hacia abajo, del corazón a las manos, nunca al revés.
Pero hay una forma de darle la vuelta a eso.
Enciendo el equipo de música y está preparada la pista 3. Bailo hasta que me da flato y no queda otro remedio que caer de rodillas, asfixiada, las endorfinas naturales bailando en todos los canales sanguíneos, y apoyar la frente sudorosa en el suelo helado. El contacto frío-calor es la señal para el abandono en ese estado sin pensamientos. Por fin, sin pensamientos. Por fin.
Enciendo mi radar para descubrir el equipo de música gigante, los bafles que retumban en alguna esquina de la oscura sala. Tienen tantos watios que, al apoyar los dedos en la membrana, se nota el temblor y los oídos hacen cosquillas. Debe ser insoportable aguantar la pequeña brisa que sale de ellos en condiciones normales. Como no estoy en normalidad, arrastro a Lorena y bailo justo delante de los cuadrados negros. Las vibraciones las noto en el esternón y en todas mis costillas, desde las flotantes a las superiores. En posición de espaldas, con la mirada puesta donde se amontona la jauría local, se está mejor.
Así tiemblan todos mis huesos y no hay problemas con los oídos. De perfil, la brisa atronadora hace cosquillas en el tímpano. Será el exceso decibélico, supongo, nada bueno. Tampoco me importa dañarme el oído. Por precaución, me quedo situada con los altavoces atrás, golpeando invisibles la base de mi cráneo. Sinestesia, dirá algún experto científico que no lo ha experimentado jamás.
La copa se acaba al dar otro sorbo. ¿Cómo es posible que no se rompa ni vibre ese pedazo de cristal? Debería ser más delicado que mis costillas, que sin embargo crujen.
Música en la caja torácica. Nadie lo aguanta. Nadie parece sentirla, anestesiados en no sé qué químicos mientras yo estoy más viva que nunca. Lorena se ha marchado al centro del follón con el grupo, sorda y aburrida. Estúpida.
La vibración debe ser tan fuerte (sólo siento LA música) que estoy abrazada por un amante desconocido. Al marcharse Lorena es cuando estoy acompañada, por fin. La soledad está mal vista: “mira ése, nadie le quiere”. Como si no estuviera consigo mismo ya, y eso no fuera suficiente en algunos momentos. Bailo con mayor entrega, al ritmo que vibra el cuerpo entero más que al de las notas reales. Distorsionan por el volumen altísimo. Alargo un giro de cadera para localizar una mesita o un trozo de soporte donde abandonar la primera copa vacía. A la derecha de los altavoces hay sillones bajos y una mesita de cristal, con tres tíos, cara de estar cansados y no haberse comido una mierda en toda la maldita noche. Miran como espantados cuando me acerco a dejar el vaso entre los suyos. Les devuelvo la mirada fija. Sonrío al que está justo en línea recta de la mesa, el cubata inútil y mis ojos.
- Hola- dice.
- Hola. ¿Meinvitasaunacopa?- añado sin pensar. Se levanta. A los lados, sus amigos ríen y le dan codazos, haciendo que el muchacho casi pierda el equilibrio entre muecas de timidez simulada. Imbéciles.
Está mi altura ya y me saca un palmo, es moreno, no está nada mal. Le cojo del brazo, echo a andar dos pasos y entonces giro para gritarle a la mesa.
- ¡No flipéis! Sólo voy a gorronearle una copa.