Caballo de Pablo Palomo
Ese segundo, en el que el universo se pensó a sí mismo, ese segundo... Pasó, como pasa todo, sin dejar rastro. Y nosotros, los humildes roedores, obsesionados con las sombras. Ese segundo... ¡Quién te iba a decir que los eternos días de la infancia se convertirían en eso, en nada! Pero ahora recuerdas las promesas, los sueños, como si fuesen la esencia de ese maldito segundo. Y piensas que todo se perdió en aquellas decisiones, tan inconscientes, tan libres... Daríamos todo por unas milésimas de segundo, de ese segundo innoble en el que fuimos abrumados por la ingenuidad de nuestros silencios o por la nobleza de nuestros deseos, cuando todo era un solar y había que diseñar este terrible universo... ¡Quién no daría todo por recuperar el calor de las tardes...!