Nadav Kander
Tantos esfuerzos de los poetas para atrapar la belleza... Quizás los admiremos por ese desequilibrado intento, como si la belleza fuese algo esencial... Y escriben todas las tardes, incluso las lluviosas, cuando la humedad traslada la tristeza, cuando la luz ya no es una constante universal. Escriben, aunque la poesía no sirva para disfrazar el abismo, escriben. Tanta desidia de los lectores para degustar lo sublime... Y cada noche, sin esperar nada, acuden al encuentro con las sombras o con la memoria, con la insania o la injusticia. Ni el abatido roedor comprende a los viejos poetas de los bosques. Pero le atraen esas enrevesadas formas, esas palabras encadenadas por la tristeza, y la mirada ajena a todo. Nadie espera nada de los poetas. Nadie quiere versos ni rimas. Porque los versos nos observan desde esa dimensión de la realidad tan extraña llamada inteligencia... Los poemas nos acusan de nuestra mediocridad, de todo ese aburrimiento condensado en nuestro sentido común. Saben los poemas de qué hablan, aunque los poetas lo ignoren... Y escriben todas las mañanas, cuando la luz nos hiela con su verdad y el día se presenta intratable... Tanto lenguaje no cabe en este mundo, dicen. Necesitamos más espacio, suplican. Quizás sea suficiente el hueco de mi ignorancia o el vacío de mis deseos, replico.