Nadav Kander
Y el bosque sobrevivió porque todos los seres compartieron el barro y la oscuridad, incluso las alimañas... Nadie se olvidó de nadie. Hasta los insectos fueron escuchados, cuando todo parecía perdido, cuando el bramido de las bestias se diluía en la niebla. Si el bosque permanece vivo es gracias a los humildes gestos de los roedores, gestos que transcurren a la sombra de una encina o de un roble, quizás entre los musgos. Nadie se olvidó de nadie. Mientras los dinosaurios agonizan en la montaña, abatidos por sus miedos, los roedores tejen la trama de los días, de las tardes, de las noches... Sabe el filósofo que las vidas de las gentes son lo único real y que todo lo demás es una cruel ficción. Mirar a la cara de cada roedor no está de más si lo que deseamos es conservar la dignidad del bosque, con sus miserias y sus dolores. Ni los grandes expertos en árboles pueden librarse de esta condición... Los bosques, con sus roedores y alimañas, siempre sobreviven. Tarde o temprano la ruina de los días acabará con todo. Y sólo el viejo y ruinoso mecanismo de pensar nos librará del aburrimiento que el desastre acarrea.... Pero los rostros, los infinitos rostros, perduran a pesar de las nubes. Nadie lo ignora: las miradas del que perdió todo son más fuertes que toda la materia acumulada por el vil dinosaurio. Sólo necesitamos la paciencia del sabio roedor, aquel que sabe ver el trabajo condensado en la mirada. Nadie se olvidó de nadie. Hasta las alimañas poseen rostro...