De Miguel Parra
¡Huid de los circos! ¿No veis que los gladiadores os pueden confundir con una fiera? Huid de los circos, porque hay muchas fieras. Nosotros, los roedores, sólo podemos salir perdiendo. Nosotros, los roedores, no ganamos nada en esa arena ensangrentada. ¿Se habrán olvidado los valientes gladiadores de los roedores? Mientras luchan entre sí, enredándose en complejas mallas, con armaduras ideadas para la ocasión, parece que nos olvidaron otra vez. Se embrollaron con la noble tarea de construir mejores armaduras, mejores máquinas, mejores cascos... Pero la tarea se ha vuelto infinita, circular. Nadie encuentra la salida de semejantes laberintos. ¡Huid de los circos! Porque en los circos no se habla de los roedores. No hay sitio para los roedores. Los gladiadores quieren cambiar la organización del espectáculo. Pero todo se ha enmarañado tanto, que no saben cómo configurar el cartel. Y mientras, los roedores huyendo, como siempre. ¡Huid de los circos! Sólo los dinosaurios parecen agradecer este amor al espectáculo, este desinteresado amor al riesgo. Saben los roedores que en el circo corren peligro. Si ya es difícil evitar las terribles pisadas de los dinosaurios, más complicado es librarse de los rápidos movimientos de los gladiadores. ¡Huid de los circos! Sabe el roedor que sólo importan los senderos del bosque, los que nadie ve, los que son ajenos al espectáculo. Sabe el roedor que esos senderos cotidianos son los importantes. Quizás no cambiarán el bosque, pero será otro bosque. Sabe el roedor que los circos nos entretienen demasiado y que en ellos no tenemos nada que ganar y que sólo podemos encontrar la muerte por aplastamiento, por olvido y desidia.