Proclamando el ocaso de los imperios ¿?
Se dice que Oliver Stone planea llevar al cine la terrible odisea sufrida por Evo el Austero, en su periplo por inhóspitas tierras europeas (según mis fuentes plurinacionales que son de verdad increíbles). El polémico director antiimperialista estaba pensando en dos actores fetiches para encarnar a tan intrincado personaje. Echadas las quinielas, se amargó con las posibilidades: No podría ser Tom Cruise porque su rostro demasiado apuesto, lejos está de transmitir una imagen de rebeldía y sufrimiento a lo Jesucristo, el hombre está más bien para papeles de galán quitacalzones, quizá para más adelante, pensó Stone. Por otro lado, Sean Penn encajaría bien, sólo haría falta teñirle el pelo canoso por un negro tono Coca Cola y disimular sus ojos azules con lentes de contacto. Además tenía la ventaja de que ya vino a Bolivia en varias ocasiones para meterse en la piel del personaje, en calidad de infiltrado, eso sí, fingiendo ser amigo del presidente, hasta se fijó bien en el garbo majestuoso que Su Excelencia tenía al zurrar las pelotas en sus jornadas futboleras. Lamentablemente, Sean Penn y Evo terminaron su idilio cinematográfico, el actor se desencantó de Evo y de su revolución dorada, ahora no se quieren ver ni en pintura. Pero esa es otra historia.Dejémonos de especulaciones fílmicas y centrémonos en los hechos contantes y sonantes aunque parezcan de película. A escasos minutos de las cero horas del 4 de julio de 2013, el tiempo se detuvo en el pequeño reino plurinacional de Bolivia. Cuando la pantalla de televisión oficial registraba 1 día, 7 horas, 15 minutos y algunos segundos, el cronómetro del calvario presidencial se paralizó. Ese era el tiempo de “transmisión ininterrumpida”, anunciaban con orgullo los presentadores que habían hecho turnos como en una telemaratón. La larga espera que se había tornado en otra página histórica llegaba a su fin. El amado líder retornaba a su amado reino. Ni Ulises, según el vate Homero, fue tan agasajado cuando fue reconocido por su pueblo luego de una prolongada ausencia. Evo no es cualquier guerrero, recuérdese que con él se inaugura un nuevo tiempo, una nueva era social, jurídica y política.
Apenas el emperador celeste de América asomó a la puerta de su nave, llovieron los aplausos de sus huestes jubilosas y los heraldos de poncho rojo resoplaban a todo pulmón sus cornetas ancestrales. Satisfecho, miró desde lo alto de la escalinata como quien mira al infinito y agitó el brazo a la multitud reunida. “Masiva concentración en el aeropuerto, el pueblo recibe al presidente” titulaba a pie de pantalla el televisor, cuando en realidad los “masivos” eran viejos conocidos: ministros, congresistas, algunos funcionarios y toda la pléyade de dirigentes y amistades clientelares con banderitas azules, el color del partido, MAS. Dos días más tarde, un memorándum certificó mi observación: aquellos burócratas que no fueron al recibimiento fueron amonestados severamente. En la mente de los jerarcas, el aguardar desde tempranas horas de la noche invernal, reunidos sobre la pista de un aeropuerto a 4.000 metros de altura, era poco comparado con el sacrificio del mandatario, forzado a permanecer en una terminal vienesa con calefacción.
Una alfombra roja llegaba hasta el borde de la escalinata. Todo sea para que los suaves pies de S.E. no tocaran el suelo inmundo. ¡Cómo había cambiado el protocolo en menos de 10 años!: en aquel tiempo que Evo utilizaba sandalias y era jefe sindical, ni sus más serviciales cocaleros le tendían alfombras, ni siquiera de hojas de plátano. Y como este es un país de ciegos, los cronistas y otras plumas alquiladas siguen pariendo historias sobre la suprema sencillez del singular hombre hecho a sí mismo. Nadie como él, el hijo de la tierra, el fuego, el agua y el aire más sagrados de los Andes. El quinto elemento. Esperanza de los afligidos y otras criaturas sufridas. Recibido a toda pompa con retretas militares en uniforme de gala, guirnaldas, mixtura y flashes interminables y el himno nacional entonado, mano izquierda en alto como colofón. Tratamiento de héroe de guerra. Celebrando la victoria moral. Al amanecer del 4 de julio, aniversario del imperio enemigo del norte. Macarra ironía. Y un frio demoledor que no hacía mella en los patriotas allí reunidos.
Un día antes, los amigos de la Unasur se autoconvocaron para una reunión con carácter de urgente. En menos que canta un gallo acordaron la sede de la Cumbre de la Dignidad: Odiarán al capitalismo y sus leyes de mercado, pero saben utilizar ventajosamente sus herramientas promocionales. Podían haber optado por la vía expedita de la videoconferencia u otro medio para sacar una declaración conjunta, pero necesitaban dar un golpe de propaganda a todo el universo. Era obvio el país donde iban a efectuar el desagravio al hermano Evo para que su figura salga reforzada y arropada por los hermanos mayores del vecindario. “Evo no está solo”, hasta el viento proclamaba.
¡Oh Cochabamba! querida, fue otra vez la base elegida por los tertulianos. Al parecer, ha corrido la voz de que acá se sirve el mejor api (mazamorra de maíz morado)con buñuelos del planeta, mil veces mejor que el insípido té inglés con pastelillos de la tarde. Desde el mediodía de la jornada (4 de julio) las naves presidenciales fueron arribando al raramente internacional aeroparque cochabambino. Llegó primero un exótico presidente de un país todavía más exótico, apenas recordado por ser la cuna de un exquisito jugador holandés conocido como el Tulipán Negro. Luego arribó el bonachón y venerado Mujica, de tristeza larga y lento andar, en un pesado avión militar tan viejo como él y, a quien obsequiaron un chaleco y sombrero vallunos en vez del protocolar poncho acostumbrado. Parco como es, apenas pronunció un par de palabras al comité de bienvenida. Todavía me cuesta entender, por que don José se ha mostrado tan entusiasta de esta costosa parafernalia monarquista, un hombre de chacra y azadón como él.
Posteriormente desembarcó el cacique ecuatoriano, afamado por sus correazos verbales a la prensa y por su insigne voz de castratique uno se pregunta qué hace perdiendo el tiempo en una molesta oficina presidencial. Nicolás Maduro, chaqueta deportiva con los colores venezolanos, aterrizaba risueño para que no digan después sus enemigos que viene a Bolivia a pasear su mostacho Stalin Style y mucho menos a comer de lo lindo y llenar la valija de papel toilet perfumado. Mucho más tarde, al borde de la reunión, aterrizó CFK, alias Cristina, una fan incorregible de las tiendas parisinas que hasta ha tenido la originalísima idea de posicionar sus siglas que evocan a una casa de modas. Ya saben, pendiente de su bolso, más exclusivo que el de Christine Lagarde, la jefa del FMI, otra gurú de las políticas de austeridad al mismo tiempo que no tiene empacho en lucir sus carteras Hermes. Otra jodida coincidencia.Tres bien!!
Evo, Rafael, Nicolás y Cristina, los Cuatro Fantásticos le dieron realce al acontecimiento. Fueron los que más brillaron, no por su energía juvenil, sino por sus discursos rabiosos contra el imperio. ¡Dónde se ha visto tamaña agresión a toda Latinoamérica! Don José y el surinamés, dos discretos testigos de lujo. ¿Y Brasil?...Brasil es un país serio. Como serios fueron los otros países que mandaron representantes subalternos, como la delegada peruana, que se disculpó a nombre de Ollanta Humala, de quien dijo que no pudo venir porque se encontraba “resolviendo un asunto serio en su país”, palabras traicioneras que provocaron que más de un presente enmarcara las cejas y se riera para sus adentros.
Así pues, Evo tuvo su momento de gloria. Su fiesta, su piñata en un hotel cinco estrellas. Su renacimiento político, su espaldarazo de los gobernantes, alineados cual astros de la noche cósmica. ¿Para qué están los amigos? El reconocimiento glorioso a su nuevo liderazgo, ya no localista, sino de América, del mundo entero, tal como aventuraron algunos oradores. Esperemos que algún militante lo proponga a la UNESCO para ser reconocido como Patrimonio Moral e Intangible de la Humanidad, para que los pérfidos europeos nunca más le pongan las manos encima.
¿Y que fue lo relevante de esa noche radiante con claro de luna? Aparte del cartel gigantesco ploteado a todo vapor, una sulfúrica nota de seis raquíticas líneas que a partir de la fecha será recordada como “Declaración de Cochabamba” firmada por los incordiosos reunidos bajo la inspiradora figura del Cristo de la Concordia (copia local del Cristo carioca)que será preservada para perpetua memoria. Ni dos horas duró el acontecimiento, aparte del discurseo solemne y otros detalles de farándula como el haber movilizado a más de 1.500 policías, centenares de agentes de seguridad, funcionarios protocolares, guardias pretorianos, guardias municipales de uniforme antiguo, periodistas, garzones, diseñadores de arreglos florales, choferes, fotógrafos y toda la plana mayor oficialista, expresamente traída desde la sede de gobierno.
Así como de rápida fue la llegada de los ilustres visitantes, más rápida fue la despedida en la terminal aérea, sin lagrimones ni abrazos oso de peluche. Todos querían rajar antes de medianoche como si temieran que sus carruajes alados se convirtiesen en calabazas. Especialmente ruidoso fue el roñoso Hercules de Mujica, que puso de los pelos a este descreído cronista que tiene la mala suerte de vivir cerca del aeropuerto.
Por cierto, don José, al menos tuvo el gesto noble de recibir una carta escrita por un senador opositor cuyo cautiverio forzado en un pequeña habitación de la embajada brasileña en La Paz ya dura 13 meses, a pesar de que el gobierno de Roussef ya le concedió el asilo político y que el archidemocrático régimen de Morales le niega el salvaconducto (hasta el gobierno del dictador García Meza, sanguinario socio del Plan Cóndor, concedió tales beneficios a varios perseguidos de la época). Y, sin embargo, S.E. tiene el desparpajo de exigir el respeto a su investidura y de los tratados internacionales y más aún a sus derechos humanos, pisoteados por haber pasado 13 horas de humillación imperialista en una terminal vienesa. En el año 13 de la era de nuestro Señor, el Rey Sol de los Andes, a quien no se puede ni cuestionar su creciente absolutismo como le ocurrió a un asambleísta cochabambino que tuvo la osadía de afirmar que “el presidente se estaba victimizando y que él no era Bolivia”, actitud díscola e infamante que casi le significó una agresión física de dos colegas oficialistas. O se está con el amado líder, o se está con los imperialistas, parece ser el mensaje.