Ahora llega inquieta a la memoria
la necesaria urgencia de su música,
ahora que camino solo y desvelado
entre todos los árboles que aroman
ese bello jardín que imagino único,
quizás elegido para unos conciertos
que procuraban largos e indelebles,
resonando hoy en el cielo templado
de las suaves noches de septiembre.
Ya regresa a nosotros la armónica
emoción del amanecer americano,
la danza sinfónica de las infinitas
praderas, que Dvorákllevó desde
el paisaje melancólico y oscuro de
Chequia, como la raíz de una tierra
única para un patria recién nacida,
y así se nos regala, generosamente,
su apasionada vocación, la belleza
siempre increíble y evocadora, de
la gran Sinfonía del Nuevo Mundo.