El pensamiento de José Ortega y Gasset, hay que entenderlo como un pensamiento crítico e inconformista. El filósofo se autoproclamaba patriota pero no nacionalista; a pesar de que resulte innegable apreciar grandes dosis de nacionalismo en sus escritos. En su obra “España invertebrada” trató de indagar cuales eran las causas de los males de España, utilizando para ello su método de la razón histórica. El hecho de que un filósofo recurra a la historia como herramienta indispensable en sus análisis es algo que se podría cuestionar, como ya hiciera Vicens Vivens, que criticó las numerosas incursiones de Ortega en la historia desde una “mirada general de filósofo” frente a lo que debería ser una “mirada del historiador”.
Algunas polémicas construcciones históricas realizadas en este libro, podrían responder a esa “mirada general de filósofo”. Esta obra parecía recibir claras influencias Aristotélicas, en tanto en cuanto que Aristóteles sentenció:
“La asociación de muchos pueblos forma un Estado completo, que llega, si puede decirse así, a bastarse absolutamente a sí mismo, teniendo por origen las necesidades de la vida, y debiendo su subsistencia al hecho de ser éstas satisfechas.”[1]
Esta idea coincide plenamente con la propone Ortega, en España invertebrada: “(…) la incorporación histórica no es la dilatación de un núcleo inicial, sino más bien la organización de muchas unidades sociales, preexistentes en una nueva estructura.”[2] Cabe entender por tanto, que para Ortega, la unión de varios unidades, como el afirma, es condición sine qua non para la existencia de una organización política. Por el contrario, estudios actuales afirman lo siguiente:
“Las organizaciones políticas primigenias eran las tribus, que constituían la organización política más elemental, a las que sucedieron organizaciones políticas más complejas con aspiraciones locales como las ciudades – estado o los señoríos feudales; y universales como el Imperio y el Papado, encarnadas en el Emperador y el Papa, respectivamente.”[3]
Esta es la tesis que defiende Sánchez Patrón, profesor de Derecho Internacional, en cuanto a los orígenes de, al menos, las organizaciones políticas, Sánchez entiende las tribus como organizaciones políticas primigenias, cuya expansión, sin nombrar incorporación alguna de más entes, pudo dar lugar a organizaciones políticas más complejas, entre ellas el Estado. Algo que Ortega, probablemente, rechazaría de plano pues considera fundamental la incorporación de otros pueblos. El proyecto común, que es un concepto primordial para Ortega, implicaba varios miembros.
No obstante describe con sumo acierto los mecanismos que rigen en el Estado para buscar su supervivencia, porque como tal el Estado es una institución política, y las instituciones tienen como meta máxima su propia supervivencia. Ortega, cita dos elementos que mantienen a la organización estatal viva: por un lado la existencia de un futuro (empresas por realizar); elemento suficientemente razonable. Cualquier patria que crea no tener futuro, del mismo modo que cualquier relación humana que se vea condenada a la incertidumbre, fraguará su propia desaparición más pronto que tarde.
El otro mecanismo que cita es la fuerza o la violencia: “(…) la fuerza; sin ella no habría habido nada de lo que más nos importa en el pasado, y si la excluimos del porvenir sólo podremos imaginar una humanidad caótica.”[4]. El Estado, como institución política, ha sido definido como un instrumento de dominación. Una relación de dominación de unos hombres sobre otros[5] o incluso podría serlo de una clase sobre otra, siendo fruto, en ultima instancia, del carácter irreconciliable de las contradicciones de clase[6]. Es por ello que un Estado usa de la violencia, para mantener el orden que requiere para existir como institución política. No en vano, el Estado se reserva el monopolio de la violencia legal. Max Weber lo plasmó magistralmente cuando afirmó lo siguiente:
“Si solamente existieran configuraciones sociales que ignorasen el medio de la violencia habría desparecido el concepto de <<Estado>> y se habría instaurado lo que en un sentido específico llamaríamos <<anarquía>>.”[7]
Otro aspecto importante que resalta el filósofo español, es el concepto de particularismo. El cual, entendido hasta cierto punto, si puede ser un torpedo destructor de la unión que debería suponer todo Estado o toda organización política. No obstante, se debe atender a quien ostenta el poder. El poder puede ser ocupado por una minoría, que no coincida con la clase o grupo mayoritario en la sociedad, por lo que sus actuaciones o leyes podrían beneficiar a la minoría presente en la sociedad, y perjudicar a las mayorías. Por eso hay que tener especial cuidado al hablar de la unión que debe generar un Estado porque, sin olvidar las ideas antes nombradas, puede ser impuesta artificialmente desde arriba, y por lo tanto dicha unión no existir en realidad, sino sólo como espejismo utilizado por la clase o grupo dominante para la satisfacción de sus propios intereses.
“La esencia del particularismo es que cada grupo deja de sentirse a sí mismo como parte, y en consecuencia deja de compartir los sentimientos de los demás.”[8]
Ello recuerda mucho a Rousseau, aquel gran filósofo que planteaba una teoría política en la cual a través de un cuerpo político, al que llamó Voluntad General, conformado por todos los miembros del pueblo, se gobernaría la sociedad. Concepto que por cierto aparece en la página 79 de España invertebrada. La Voluntad General Rousseniana se debe entender como el deseo del cuerpo político que conforma la totalidad del pueblo, y no la mera suma de voluntades particulares de los miembros. Esta armonía se ve truncada:
“(…) cuando se forman intrigas, asociaciones parciales a expensas de la grande, la voluntad de cada una de estas asociaciones se vuelve general respecto de sus miembros, y particular respecto al Estado; se puede decir entonces que ya no hay tantos votantes como hombres, sino solamente tantos como asociaciones.”[9]
¿Acaso no se podría apreciar el peligro de los particularismos también en el cuerpo político que es la Voluntad General? Evidentemente, las personas que se prestan a los juegos señalados por Rousseau han dejado de sentirse como parte integrante de ese “todo” que sería el cuerpo político, no obstante siguen participando en él, pero en búsqueda de su propio beneficio, y no aras del beneficio colectivo. Ortega pone el dedo en la llaga al señalar el particularismo como origen de la destrucción de cualquier proyecto que suponga una empresa política con miras a una perdurabilidad. Los llamados separatismos, son descritos muy acertadamente por Ortega como consecuencia de esos particularismos y no como un supuesto mal originario.
Mayor complicación supone, sin duda, trasladar este concepto a clases o grupos sociales que se hallen ya construidos previamente. Ortega señala que debe existir armonía entre estos distintos grupos y arguye al respecto: “Habrá, por tanto, salud nacional en la medida que cada una de estas clases y gremios tenga viva conciencia de que es ella meramente un trozo inseparable, un miembro del cuerpo público.”[10].Ello no desentona del todo con la teoría de Rousseau, sin embargo recuerda mucho más a la República de Platón, ya que éste trata de armonizar las clases presentes en la sociedad[11] a través, por ejemplo, de un Estado. Satisfaciendo, además, cada uno de ellas una necesidad diferente de la sociedad, en lo que podría entenderse como una temprana división del trabajo especializado:
“Pero ¿será preciso que cada uno ejerza en provecho de los demás el oficio que le es propio? ¿Qué el labrador, por ejemplo, el alimento para cuatro, y destine para ello cuatro veces más de tiempo y su trabajo? (…) se ha fijado en mi pensamiento que no todos nacemos con el mismo talento, y que uno tiene más disposición a hacer una cosa y otro la tiene para otra.”[12]
Este principio es compartido por Ortega[13] que sin embargo, no duda en atribuir a la clase que no contribuye férreamente, en este aspecto, a las necesidades nacionales un particularismo de clase[14], ignorando por completo de que no todas las clases sociales deben tener las mismas aspiraciones, sencillamente porque no se hallan en la misma situación ni económica ni social. Por ejemplo:
“Según Marx, en el capitalismo la sociedad tiende a escindirse en dos grandes grupos: una minoría propietaria de medios de producción y una inmensa mayoría de asalariados, dueños solamente de su fuerza de trabajo.”[15]
Lo que nos recuerda el profesor Carlos Hermida, debería tenerlo en cuenta Ortega. La clase mayoritaria en la sociedad son los asalariados en la que unos solo tienen su fuerza de trabajo y la venden a cambio de un salario, en un aparente justo intercambio. Además en la época en la que fue escrito el libro, ya se puede hablar de una clase obrera en España, ciertamente asentada. Sería un error pasar por alto la modernización del primer tercio del siglo XX que sufrió España. La cual transformó la estructura industrial del país, máxime teniendo en cuenta que a partir de 1915 se incrementaron las exportaciones de bienes manufacturados a consecuencia de la Primera Guerra Mundial. Por todo ello ya se podía hablar de una clase obrera con una presencia importante en el país. Este error materialista, conduce a Ortega a despojar del derecho de deseo de cambios que puede tener una clase o grupo. Supeditando su voluntad a los intereses de la nación, lo que recuerda peligrosamente al fascismo. Iñigo Bolinaga, nos recuerda en su libro “Breve historia del fascismo” al respecto de los movimientos fascistas que: “realizan una lectura nacionalista de manera que sustituyen la lucha de clases – elemento de disgregación nacional – por la nación como aglutinante de la sociedad.”[16].
Ese “elemento de disgregación nacional” al que alude Bolinaga, podría ser interpretado por Ortega como un particularismo que perjudicaría a la nación, quien en última instancia debería ser el aglutinante de la sociedad, es decir la encargada de armonizar las relaciones entre las distintas clases presentes en la sociedad. Regresando a sus similitudes con Platón, nuevamente Ortega y el filósofo ateniense coinciden en un pensamiento aristocrático de la sociedad. En el cual Ortega llega incluso a afirmar: “(…) cuando en una nación la masa se niega a ser masa – esto es, a seguir la minoría directora – la nación se deshace, la sociedad se desmembra y sobreviene el caos social, la invertebración histórica.”[17].
Ese párrafo resume perfectamente la opinión del filósofo respecto al papel que han de tener las masas, evidentemente tanto Platón como Ortega coincidían que la preparación de los gobernantes debía ser acorde con el cargo a ocupar, sin embargo apostaban porque fuera una minoría quien gobernara frente a una masa “dócil” que no cuestionara la idiosincrasia de ese sistema político. Pero Ortega, se atrevió a profetizar que las propias masas clamarían por el retorno de las elites aristocráticas, si llevaran un largo tiempo sin ellas, porque su sociedad se habría vuelto insostenible.
Evidentemente, Ortega acuñó la decadencia española al particularismo y a la ausencia de una minoría aristocrática, que había configurado una masa inapropiada para ser gobernada adecuadamente. Fue inteligente al ir más allá en hacer un diagnostico profundo del problema, y no analizar sólo el campo político, que por otra parte estaba enfermo por aquel entonces. Sin embargo, negó a la sociedad la posibilidad de cambios, alcanzados gracias a revoluciones apoyadas por el pueblo, lo que para él sería el vulgo o la “masa”. Quizás en situaciones límite el pueblo guiado por lo que el llamaría “particularismo de clase” se alzó contra las “minorías” que le oprimían, mediante la “acción directa”, porque probablemente en esas condiciones no tuvieron posibilidad de recurrir a la “acción legal” y tuvieron que recurrir a la “fuerza” para lograr transformaciones en la sociedad, que sin duda alguna eran muy necesarias.
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[1] ARISTÓTELES. La Política. Libro primero, capítulo primero. (Edición digital: http://www.filosofia.org). [2] ORTEGA Y GASSET, José. España invertebrada. Bosquejos de algunos pensamientos históricos. (1922), Madrid. Editorial Espasa Calpe (Colección Austral) Vigésima edición (cuarta en esta presentación), 2009. Pág.48.[3] SANCHEZ PATRÓN, José Manuel. El sistema internacional del tercer milenio. La mirada de un jurista.[4] ORTEGA Y GASSET, José. España invertebrada. Bosquejos de algunos pensamientos históricos. (1922), Madrid. Editorial Espasa Calpe (Colección Austral) Vigésima edición (cuarta en esta presentación), 2009. Pág.50.[5] WEBER, Max. El político y el científico. Alianza Editorial, Madrid, 2007. Pág. 84.[6] LENIN, Vladimir. El Estado y la Revolución. Alianza Editorial, Madrid, 2006. Pág. 41. [7] WEBER, Max. El político y el científico. Alianza Editorial, Madrid, 2007. Pág. 83.[8] ORTEGA Y GASSET, José. España invertebrada. Bosquejos de algunos pensamientos históricos. (1922), Madrid. Editorial Espasa Calpe (Colección Austral) Vigésima edición (cuarta en esta presentación), 2009. Pág.60.[9] ROUSSEAU, Jean – Jacques. Del Contrato social. Alianza Editorial, Madrid, 2008. Pág. 53.[10] ORTEGA Y GASSET, José. España invertebrada. Bosquejos de algunos pensamientos históricos. (1922), Madrid. Editorial Espasa Calpe (Colección Austral) Vigésima edición (cuarta en esta presentación), 2009. Pág.72[11] Platón en su obra habla de tres clases principales. Productores, guardianes y gobernantes. [12] PLATÓN. La República o el Estado. Espasa Calpe (Colección Austral, Madrid, 2007. Pág. 113.[13] ORTEGA Y GASSET, José. España invertebrada. Bosquejos de algunos pensamientos históricos. (1922), Madrid. Editorial Espasa Calpe (Colección Austral) Vigésima edición (cuarta en esta presentación), 2009. Pág.72[14] ORTEGA Y GASSET, José. España invertebrada. Bosquejos de algunos pensamientos históricos. (1922), Madrid. Editorial Espasa Calpe (Colección Austral) Vigésima edición (cuarta en esta presentación), 2009. Pág.74[15] HERMIDA REVILLAS, Carlos. ¿Ha muerto el Marxismo? Notas para un debate. Revista Historia y Comunicación Social 1999, número 4. Pág. 311[16] BOLIAGA, Iñigo. Breve historia del Fascismo. Ediciones Nowtilus, Madrid, 2008. Pág. 38.[17] ORTEGA Y GASSET, José. España invertebrada. Bosquejos de algunos pensamientos históricos. (1922), Madrid. Editorial Espasa Calpe (Colección Austral) Vigésima edición (cuarta en esta presentación), 2009. Págs.96,97