Sobre la mesa el último libro de Isabel Bono, Cahier, Nueva York después de muerto de Antonio Hernández, y Matar a Platón de Chantal Maillard. Disfruto con las tres escrituras. Disfruto mucho.
A veces, cuando gozo, me pregunto si no será mentira todo cuanto nos rodea. Mentira o sueño.
Durante los años posteriores al entierro acudí al pueblo a visitar el nicho de Loreto. Seguía hablando con ella con toda la naturalidad del color azul. Ella siempre respondía. Incluso en varias ocasiones se atrevió a corregirme algunos bocetos de poemas.
Cuando viajo suelo llevar un volumen de Gredos de los Diálogos de Platón. Acompaña la Introducción a su vocabulario de Luri. ¿Sueño o mentira? me pregunto en una mesa de la más perdida cafetería.
Nunca encontré el Confuso laberinto de Loreto. Tal vez porque ella jamás se marchó, o quizá porque su pureza limitaba las dobleces y las burdas imitaciones.
Yo también salté, como el protagonista de El anticuerpo de Ordovás, por los tejados. Y me colé en la casa del profesor de Francés, el que ponía los exámenes difíciles y se escondía tras El País para evitar preguntas innecesarias. Sobre la mesa de ese salón encendido aparecieron libros de Rimbaud, Verlaine o Valéry. Libros que leía en el intervalo de tiempo que comenzaba cuando el profesor de Francés impartía sus clases particulares en la academia de la calle Santander.
Me gustaba acariciar el rostro de Loreto por las mañanas, su blanca piel enrojecía. Ni sueño ni mentira, existencia.