Revista Literatura

Expectativas

Publicado el 21 febrero 2010 por Mqdlv
Odio las expectativas. O sea, no puedo con ellas. Siempre que alguien pone una expectativa sobre mí, me sobra la desgracia. Ojo, la expectativa no es el sueño, no es el proyecto; no hablo de los deseos que se cumplen si unos sólo los acaricia sin exigencias milicias. La expectativa es otra cosa, es más coyuntural y precisa, es esta idea de que te va a ir bien, vas a ver. Cada vez que me dicen eso, trago para adentro: “Oh, no”. Y lo peor es que como le temo tanto, finalmente no sé si soy yo o mi miedo o mi anticipo a la desgracia lo que finalmente acaba por acabar con todo. O sea, sólo una vez no fracasé en la expectativa, pero ese es otro tema que más bien se trató de amor. Decía que creo que sólo sortean de lujo las expectativas aquellos que se bancan la presión. O sea, imagino a un tenista: Coria seguramente cumple y re cumple cuando se le pone una expectativa encima. Pero yo, que simplemente me ando bien detrás de un monitor o hablando con el río, fracaso. O sea: me convierto en desilusión. O sea, nada peor para mí que que me digan que la pasamos tan lindo aquella vez que quiero repetirlo, o que yo puedo con tal o cual cosa. Oh, no. O sea, capaz sí podía, pero basta con que me lo digan para que me eche a fracasar. Será de Dios, digo, por favor ni pronuncies una expectativa porque me envenenás el porvenir. Te juro, será de Dios, o sea, que me haga falta estar librada al azar y que si en cambio alguien espera algo de mí yo me desarmo, como que me meo encima. O sea, no sé, pensaba en esto, mientras caminaba sin rumbo por mi barrio, sin ninguna expectativa...

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