Revista Talentos

Explosión nuclear

Publicado el 18 abril 2016 por Ricardo Zamorano Valverde @Rizaval

¿Hay algo más peligroso?

El fin llegó en forma de una intensa luz blanca y un calor aún más poderoso. Junto con mi familia busqué refugio en la oscuridad, y esta logró anular la luz; no así la temperatura. A pesar de la negrura, aún permanecía ante mis ojos un brillo en forma de círculo blanco, que poco a poco fue desvaneciéndose. No recuerdo exactamente cuánto tiempo estuvimos esperando en la oscuridad. Me decidí a salir al exterior cuando noté que la temperatura había descendido levemente. La atmósfera estaba cargada de un fuerte y magnético hedor, así como de una potente, pero soportable presión. Una densa capa de humo lo cubría todo como un blanco manto de telarañas. No veía nada. Los obstáculos se hacían visibles solo cuando ya los tenía pegados a la cabeza, pero mi instinto me preveía, y lograba esquivarlos antes de tropezar con ellos. Había piedras aquí y allá, por todas partes se desperdigaban pedazos de escombro de edificios y del suelo. Asimismo, no tardé en toparme con un cadáver…, o mejor dicho, con el primer cadáver. Al principio lo pasé por alto, aunque una extrema sensación de placer vagó por mi cuerpo como si me hubiera tragado diminutos insectos. Seguí avanzando a través del cada vez más disperso humo y abriéndome camino entre los eternos pedazos de mundo que aquella extraña luz blanca había dejado. En todo momento, mi espíritu se mantuvo tranquilo, pues sabía que mi familia estaba a salvo en el oscuro refugio. Tuvimos suerte de estar cerca de la zona de este, si no, no sé qué habría sido de nosotros, tras recibir directamente el impacto del abrasador calor. Un escalofrío sustituyó al placer y la calma durante unos breves segundos al tener este pensamiento, pero al percibir el olor de otro cadáver y al entrar el cuerpo en mi campo de visión, regresaron los agradables sentimientos originales. Tras este cuerpo, surgió otro, y otro más, y un cuarto, y de pronto me encontré en medio de una docena de cadáveres, tanto despedazados como enteros, que iluminaron mis ojos de cientos de destellos de alegría.¡No lo podía creer! ¡¿Sería posible que este insólito suceso hubiera acabado con todos ellos de una vez?! Una idea totalmente lógica rechazó esa posibilidad dejando con ello una dolorosa estela de profunda decepción. No, no era posible. Si yo había sido tan inteligente de llevar a mi familia a un refugio, ellos también, por lo que debía de quedar algún superviviente, o miles de ellos. Para comprobar este funesto hecho, me adentré en una casa. Ahí la presión y el hedor del aire disminuyó notablemente, y el humo, a pesar de colarse por las ventanas de cristales rotos, se aplastaba contra el techo, allí donde el impacto no había derribado la habitación por completo, dejando el suelo y una altura considerable despejados. No obstante, la mayoría de las habitaciones estaban derruidas sobre los cuerpos de sus habitantes, fundidos prácticamente con el suelo.Un rápido vistazo en un par de casas más me hizo comprender que yo tenía razón, y que había muchas posibilidades de que todos hubieran muerto, de que finalmente nos hubieran dejado la Tierra para nosotros, como antaño, y que podríamos dejar de preocuparnos por esos enormes pies que nos aplastaban continuamente o esas letales lluvias precedidas de un siseo y venenos mediante los cuales había visto perecer a decenas de miembros de mi familia. Jamás volveríamos a escuchar ese horrible crujido que parecía colmar de placer a quien pisoteaba el cuerpo de uno de los nuestros. ¡Y nosotros éramos los bichos repugnantes! Es cierto que más adelante, en los días siguientes, nos topamos con algunos vivos, pero no duraron mucho tiempo. Ese día, el peligro había cesado. Era casi hermoso. Una catástrofe que a nosotros no nos afectó, tal vez debido a la dureza de nuestro cuerpo, fue la causa de sus muertes. Y ellos, nuestros exterminadores, tanto oficiales como no, serían nuestro alimento por mucho tiempo.  Explosión nuclear

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