Lo conocí en un tren. Porque yo leía en un periódico sobre el estreno de una ópera, él me habló con devoción de su voz protagonista. Hasta ese momento había realizado todo mi viaje solo, un viaje de varias horas; así que acepté su invitación de acompañarlo a cenar: terminé mi café y fuimos hasta el vagón restaurante. Allí me comentó su descabellada idea.
No recordaba si la había leído en alguna novela o la había oído en una película. Se trataba de un plan para un crimen perfecto. Dos absolutos desconocidos, residentes en ciudades lejanas, pactan para asesinar a dos personas de su entorno. Cada uno de ellos se encarga de la persona que odia el otro: la distancia y la falta de móvil, me explicó, preservan del deber de pagar por el crimen. Llenó mi copa con más vino y alzó la suya para un brindis. Yo dudé.
"¿No tiene usted a nadie del que desee librarse?", me espetó. Yo pensé en algún compañero de trabajo, quizás en un viejo oponente amoroso, incluso en un familiar próximo y fastidioso. El viaje había sido muy aburrido, hasta ese momento, y el vino y su compañía me embriagaban. La idea terminó seduciéndome, y levanté mi copa. La luz del vagón desapareció. Sonaba el viento como si todas las ventanillas hubiesen sido abiertas. Con un escalofrío, dejé la copa sobre la mesa; noté que aquel vino tenía un regusto demasiado amargo.
"Quizás alguien ya lo ha elegido a usted, lo ha hecho por mí, y es usted la víctima", me dijo. Sus ojos brillaban. El resto de ocupantes del vagón se volvió hacia nosotros en un silencio sobrenatural. Todos aquellos ojos brillaban como ascuas del infierno.
"O acaso usted ha cometido ya su crimen, y se encamina hacia el infierno", afirmó. El ruido del viento se fundía con el de las risas de quienes nos rodeaban. Miré con pavor los rostros que nos miraban, desfigurándose como máscaras de cera sobre el fuego. La luz había vuelto, pero era la luz de unas llamas. Todo, a nuestro alrededor, ardía. La risas eran ya carcajadas, y el rictus de sus bocas grotescas se agigantaba hasta tornarlas monstruosas. "Cada noche", continuó, "usted debe recordar una y otra vez el crimen que su conciencia insiste en olvidar . Y lo recuerda aquí, en el tren donde todo comenzó. El tren que lo lleva de vuelta, a cada instante, al infierno".