Básicamente me dedico a eso. A mentir. Así me gano la vida y puedo enorgullecerme de hacerlo muy bien. Mi posición económica es muy buena, fruto de esa labor que tan bien desempeño. Se podrían escribir libros de mi, pero la mayor parte serían mentiras.
Llega un momento que son tantas las capas de mentiras que recubren mi figura, que ya no importa encontrar la verdad perdida en alguna parte. Incluso, se transforma en una nimiedad no menos insignificante que una mota de polvo.
Mis mentiras no son ficciones literarias, sino realidades disfrazadas, a veces hasta encapuchadas, destinadas a tomar como rehenes a los desprevenidos de turno. Pero nadie se entera, nadie asume su rol de víctima, porque nadie cae en la cuenta jamás que se enfrenta a hechos carentes de veracidad.
En una realidad ficticia, solo gana el que inventa las reglas o las impone. El secreto es crear la ilusión necesaria, el show de máscaras de plástico que van y vienen, el papel picado, la música, las palabras indicadas, e incluso, hasta inventar las oposiciones, los bandos contrarios, los reclamos, los pedidos de justicia.
En definitiva, para triunfar, es vital convertirse en un Dios, en alguien por encima de los demás, que puede decidir sobre los otros sin que los otros, se animen a replicar un pero. Hacerles creer que esas decisiones son vitales, que el beneficio es de ellos. Con el tiempo, las técnicas se han pulido.
Los métodos tiranos y autoritarios han dejado paso a otros más civilizados. Los semblantes ya no son los mismos. Hay más sonrisas, más acercamiento a las masas. Es más fácil mentir cuando la confianza existe, cuando el otro nos siente cerca.
Con la práctica, esto se convierte un arte y uno, en un artista. Basta un gesto para faltar a la verdad. Una insinuación puede dejar cavilando un eje cualquiera entre lo real y lo falso y sin embargo, no estar ni de un lado ni del otro, porque incluso, esa realidad donde cavila el eje, tampoco es verdadera.
La mentira en la mentira nos aleja más y más de la verdad. Y si alguien se atreve a buscarla, a traerla ante nosotros, diremos que es mentira, y a quién sino a un mentiroso, le cree la gente. Porque así está acostumbrada desde que el hombre se siente parte de una sociedad.
Lo habitual es lo que se convierte en corriente, la mentira es el plato del día, a toda hora, en todo lugar. Nos llega en muchas formas, nos embriaga de tal manera que no nos permite ver bien, nos engaña con una visión tan deformada como real, porque así nos hemos encargado que sea.
Me dedico a eso, a mentir una y otra vez, al punto de hacer de ello, ni profesión. Somos muchos, cada vez más. Es la manera más fácil y rápida de lograr poder. Uno vende lo que los demás quieren. Ellos tienen lo que quieren de uno. Mentiras y mentiras. ¿La verdad? Ya no vale la pena en estos tiempos que corren. Ya es tarde para ponerse a buscarla.
Miento si digo que necesito ocultar todo esto para ser elegido por la gente al cargo que aspiro. Pero mentiría más aún si dijera que con la mentira no se llega a ninguna parte.