Contaban una historia en la mar,
de un animalito muy curioso y singular.
Atento y servicial resultaba aquél,
con quien figuraba como poderoso, en el papel.
Sus loas y alabanzas para éste eran muchas,
y por ello el poderoso encaraba por él las luchas.
Esta rémora vivía feliz sin peligro alguno en su flanco,
pues había conocido a un imponente gran tiburón blanco.
Al gigantesco y magnífico pez lo llamaba "Grande" y "Maestro".
Y ya era conocida como la protegida del pez hábil y diestro.
Otros tiburones no sentían lo mismo por el adulador amigo,
y esperaban con ansiedad que terminara su momento de abrigo.
La rémora se comportaba como si la "Grande" y Maestra" fuera ella.
Parecía haber llegado a la alta realeza, la plebeya.
Un buen día paseaban el tiburón blanco y su compañera,
después de haber degustado a una foca de sazón placentera.
La fortuna le deparaba a los "amigos" una inquietante sorpresa,
pues en momentos el tiburón ya no sería cazador sino presa.
Al sentir la rémora que el tiburón por una red era halado,
En menos de un instante de su cuerpo se había zafado.
Celebraba su triunfo este pez sobreviviente,
Y no parecía extrañar al "amigo" omnipotente.
Su regocijo y dicha terminarían de manera prematura,
Al ser recibida por otros tiburones con muy poca amargura.
-¡He llegado a la presencia del "Gran Mariscal"!-,
al Tiburón Tigre le decía ella con tono angelical.
Sonrió el tiburón y también lo hizo la rémora de manera atolondrada,
segundos antes de por el "Gran Mariscal" ser devorada.