Érase una vez una princesa chillona, mal criada y mal educada. Vivía en un enorme palacio junto con su padre el Rey. Era conocida como la Princesa Malapena, porque cualquier persona que se acercara a ella, al final siempre comentaba: - Ésta muchacha morirá de mala pena. Y todo porque no apreciaba cuanto tenía alrededor. Era caprichosa y creía que con el dinero todo podía comprarse, todo menos la Felicidad. Nadie se atrevía a aconsejarla, porque, cuando así era, acababan en el calabozo por desobediencia. Así que se acostumbró a hacer cuanto le daba la gana. A pesar de su corta edad, a penas se relacionaba con nadie, y desde palacio solía observar a los niños y familias que alegres paseaban por el bosque. Aunque ella pensaba que comprando cuanto quisiera algún día compraría la Felicidad. Un día, mientras paseaba en la carroza real con su padre el Rey, unos malhechores asaltaron la carroza, les quitaron las joyas y huyeron sin más. Los caballos asustados salieron a galope, la carroza volcó, el Rey murió del susto y la princesa quedó sola en mitad del bosque y lejos de palacio. Orgullosa salió como pudo de la carroza y se quedó bajo la sombra de un árbol. Pensó que en palacio notarían su ausencia y alguien saldría en su busca, pero, era tal el despotismo y menosprecio que gastaba con todo el mundo, que nadie quiso ir a buscarla. Tras pasar dos días y dos noches bajo aquel árbol, y la atenta mirada del señor búho, decidió que ya no esperaría más.
- ¿ Qué piensas hacer ? Le preguntó el búho.
- Nada, contestó la princesa. Estoy segura que alguien vendrá en mi busca.
- ¿ Y si nadie acude ? - Le replicó el búho.
- Eso no ocurrirá, respondió tajante la princesa.
- Quizás si hubieras sido más amable y comprensiva con la gente de tu alrededor, enseguida hubieran salido a buscarte. Le dijo el búho. Aunque pienses que esto es un castigo, te vendrá bien para valorar lo que tenías.
- Querrás decir lo que tengo, dijo la princesa.
- Has oído bien, lo que tenías, porque ahora para recuperarlo habrás de ganártelo.
- Pues de aquí no me pienso mover hasta que alguien venga en mi busca, volvió a decir la princesa.
- Si avanzaras y rectificaras, todo sería más fácil.
- Eso nunca, yo soy la princesa. Volvió a decir de nuevo.
- Pues entonces aquí seguiras por la eternidad. Y si mi consejo no quieres escuchar, nada más te he de contar.
Pasaron los años y la princesa seguía bajo el árbol. Hasta que un día, cansada de la situación y harta de pensar, agachó su cabeza y avanzó.
- Nada pierdo por intentarlo.
Entonces el búho volvió para guiar su camino.
MORALEJA : Nunca des nada por hecho. Pues donde menos te lo esperes encontrarás una mano amiga. Pero recuerda, que se recibe lo que se dá. Y a veces la vida te pone en otro lugar para que sepas apreciar lo realmente bueno.