21 de julio de 2015
Por un
largo lamento de quena
viaja el
caracol. Su huella blanda
moja esa
nota sostenida. Parece
que
nunca podrá atravesarla,
sin
embargo, viaja, con paciencia,
mirando
al poniente y al cemento
a la
vez. Le fascina lo que hay fuera,
lo que
no es su casa vagabunda.
El
vientre de la luna, por ejemplo,
allá
sobre la cima del cerro
o los
duros ojos de las hormigas.
Terco y
adusto como un filósofo
se pregunta
quién los puso allí,
qué
hacen cuando no los ve,
a qué
tanta forma entre formas.
No
advierte empero que esas
interrogaciones
son el ínfimo
cuarzo que
brilla en la arena,
su huella
blanda que poco
a poco
va desapareciendo
sobre el
lamento que también
ya
languidece desde la quena.