Fall… fall… fall…

Publicado el 04 julio 2018 por El Perro Patricia Lohin @elperro1970

Liz Gilbert describe en uno de sus libros al acto de estar enamorado como rozar la panza de uno con la del otro y no querer dejar de hacerlo; intermitentemente, repetitivamente.

Si existen retiros espirituales para centrarse, meditar, estar diez días sin hablar; la etapa del enamoramiento sería un retiro para todo lo contrario aunque sin pagar pasaje terrestre ni aéreo.

Para muchos sonámbulos heridos, el enamoramiento y el amor –en caso de pasar al siguiente nivel-  se vislumbran como caminos largos y sinuosos, marcados por el miedo y la desconfianza. Miedo a ser, a no ser, a cagarla, a embarrarla, a que te dejen, a que pase, a que no. De pronto tu vida se convierte en un libreto existencial sobre esto mismo: el amor, el pseudo-amor, la calentura, el enamoramiento, el derecho, el no derecho, rozar sin ser herido, decir la verdad, querer descubrirla, ocultar, el futuro y sus posibles implicancias o desenlaces, la cantidad de capítulos; la libertad si se sostiene, si se coarta, la individualidad; el sinsentido de todo esto: de la propia vida y del amor.

Amar el reflejo de uno mismo en el otro o ser capo total y amar la extrañeza del otro para nutrirse, como dice Darío Sztajnszrajber.

Pero volviendo a la previa, en donde no sabemos si es o no es; más allá de que el rayo o la flecha de Cupido caiga o no, que emboque arriba de la cabeza o en el cuore, que llegue a tocar las profundidades, que uno se rinda, que se ponga voluntad; hay una serie de comportamientos inevitables.

Todo apunta a describir un período intenso: un curso de esos cortos en donde tenés que encajar una carrera de toda la vida en dos meses; un curso de milagros en donde el milagro real es no perder la cabeza; un entrenamiento de unas semanas haciendo doble turno para un ultra maratón; una cena un viernes a la noche luego de un plan desintoxicante atiborrando el cuerpo de salado y dulce, para luego volver a comer salado y así sucesivamente.

Estar enamorados parece ser una sucesión de hechos repetitivos en donde nada alcanza: ni el curso, ni la comida, ni las horas, ni un maratón de series en Nétflix. El tiempo se acorta y querés saturarte de la otra persona, porque sabés que nunca va a volver a repetirse semejante cosa. Y yo te diría que si te pasa, te saturés. No hay manera de poner el freno de mano a tanto ímpetu. Y si lo ponés, tu rodamiento va a quedar hecho pelota.

¿Viste esos días de viento en los pueblos con calles de tierra? La etapa de enamoramiento es cuando vuela tierra a lo pavote, y ruedan los cardos por el medio de la calle, esos que ponen en las películas del lejano oeste. La visibilidad es nula. Pero un día llueve, se asienta la tierra, dejan de volar cosas, y todo se ve claro. Se ve la belleza de tu pueblo, las bardas, el río, sabés que todo se queda ahí, y empezás a volver a tu vida de siempre, seguramente ya calmado y acompañado, pero sabiendo que es tu lugar. O… todo lo contrario. El paisaje no te gusta ni mierda, y decidís ir caminando y solo a tomar el colectivo.

Enamorarse es un acto extremo, en donde todo es poco. Cualquier cosa que te suceda está exaltada, resaltada, magnificada.  Una novela mexicana en todo su esplendor, pero que vivida alegremente, puede ser una aventura hermosa. Creo que todos merecen caer en ese éxtasis alguna vez, olvidarse del tiempo, ser mínimamente irresponsables, dejar de temerle a lo absorbente, dormir juntos las noches que sean necesarias, saturarse y hartarse; porque más temprano que tarde ese momento pasa, se esfuma y se mezcla con el agua del grifo.

Caer en el amor es esa parte en la que te tirás del avión y no se abrió aún el paracaídas. Creés morir y gritás, es tanto el aire que golpea tu cara que te quedás sin aliento y estupefacto. El asombro termina de desprender tus retinas.

Ojalá todos tuviesen la paciencia y la sabiduría para pasar esa etapa en la que el miedo a ser devorado se hace asquerosamente doloroso, para poder llegar a la siguiente: cuando se abre el paracaídas y ves la inmensidad de la vida que te espera a tus pies.

Patricia Lohin

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