Desapareciste. Poco a poco. En mi mente, desapareciste entre una espesa neblina que no sólo avecinaba tormentas sino también desdichas y desamores.
Desapareciste. Y te fuiste con ella. Una de esas que tú llamas chicas de cartón. Una de esas que yo llamo chica de plástico. De plexiglás.
No vestía bien. Ciertamente parecía recién recogida de la calle. No tengo nada en contra de las chicas de la calle. Salvo que se pueden doblar, plegar, están abocadas a eso: al manejo fácil, interesado.
Yo siempre exijo. Por eso no te valgo de nada. Para nada. Sabes que me inclino a tus peticiones, pero siempre bajo mi consentimiento. A la chica que es de plexiglás, eso no se lo tienes que decir, ni tan siquiera dar a entender. Ella no opina. Ella actúa, bajo su falda roja de cremallera infinita. Es normal que te gusten así.
Fáciles. Con cremallera. De las que se bajan. Y no hace falta volver a subir. Te gusta que las cremalleras sean largas. Que los cierres no se acaben nunca. Que siempre esté abierta. Que no haya fin para esa apertura. Yo en cambio te digo. Que me tienes que ganar. Aunque sea un poco. No sé de qué te quejas, si tampoco, nunca, te lo he puesto difícil. Es sólo que tú buscas que ni tan siquiera tengas que pedir con tus ojos.
Como aquel día en el que espiabas mis movimientos desde la pared. Mientras yo bailaba espasmódicamente ante un ritmo frenético y perdido. Perdido y frenético. Así como yo. Por eso digo que me gusta el powerpop.
Aunque en realidad lo odio. Me gustaría más cualquier cosa si eso significase no tener que balancearme. Si eso significase poder tenerte más cerca sin mirar hacia otro lado. Imitando esas chicas que hacen que no están. Que no son. ¿Sabes que te digo? Piérdete.
Piérdete entre cremalleras. Entre estúpidas chicas de plástico. Entre don nadies vestidas de rojo. Piérdete. Déjame. Pero déjame de verdad. No me digas que en unos días vas a volver. No. Déjame marchar.
Y dime que nunca, nunca, nunca, has pensado en bajarme la cremallera. Que siempre has querido besarme el cuello y dejarme tu aliento en mis muñecas. Que nunca has decidido jugar bajo la falda sin contar conmigo. Que siempre has querido que yo te manejase desde el principio. Como cuando te besé estando sentado en mi cama.
Dime que nunca, nunca, nunca, la preferirás a ella, a la chica de plástico. Y dime, si eres valiente, que nunca, nunca, nunca, has sentido debilidad por mí.