El papá de B y yo bromeábamos con que nuestros hijos se convirtieran en personas opuestas a lo que somos: una hija monja o un hijo sacerdote, hijos en el ejército, exitosos empresarios progres que nos enviarían regalos costosos. Cuando nació B, improvisábamos respuestas a supuestas ideas de la hija adolescente, como tatuarse los ojos o implantarse alas -que pagaría su abuela cuando nosotros nos negáramos a hacerlo-. Hoy noté que ya no fantaseo con eso.
Silvia Parque