POEMAS
«Mi palabra es abrir, pero es que casi siempre
ando de viaje.»
Fayad Jamís, fotografía de los archivos de la Oficina del Historiador de la Ciudad, La Habana.
No hay composición creativa que pueda escapar, por mucho que el autor la camufle con modas estéticas, de las circunstancias personales y sociales de quien la crea.
Un poema es un testigo indiscreto; así que quien hace el recorrido por la obra de Fayad Jamís (1930-1988) descubre la razón por la que una poesía intimista, que muestra a un hombre que no se siente cómodo en su entorno, renuncia al canto del Yo para, exaltada, loar las promesas de otro hombre que cambió el curso de la historia en Cuba.
El hombre que entró en La Habana el 1 de enero de 1959 transmitió entusiasmo a la generación de Jamís —Generación del 50—. Fueron pocos los intelectuales que en la isla no se dejaron seducir por los cantos mesiánicos; de modo que en esos primeros años de la revolución encontramos mucha poesía épica, mucho verso de alabanza y mucha fe en lo que saldría de la chistera del mago.
¡Oh..!, pero el mago, como el lobo acosador de Caperucita, no fue capaz de esconder las garras y la cola. Este descuido, que mucho tiene que ver con la arrogancia, trajo como consecuencia que los seducidos no tardaran en darse cuenta de su error.
Y así fue como se bifurcó la cultura en mi isla, pues mientras un grupo de intelectuales decidió seguir aplaudiendo lo que ya sabían que era un timo, hipotecando su talento con alabanzas al «Ungido»; el otro, al negarse a participar en el juego del engaño, fundó el círculo de los perseguidos. La cultura se volvió un avispero.
Fayad Jamís pertenece al primer grupo, al de los dispuestos a encontrarle al ego un buen acotejo. Fayad vivió lo suficiente como para descubrir el fraude político. Tuvo tiempo para denunciarlo y para dar voz a sus amigos caídos en desgracia, a los apartados y censurados por defender su libertad de expresión. Pudo hacerlo, pero no lo hizo.
Algunos de los integrantes de la Generación del 50, fotografía del archivo de Manuel Díaz Martínez.
David Chericián (1), Carilda Oliver Labra (2), Cleva Solís (3), Georgina Herrera (4), Rafaela Chacón Nardi (5), Pedro de Oráa (6), Manuel Díaz Martínez (7), Otto Fernández (8), Alberto Rocasolano (9), Francisco de Oráa (10), Luis Marré (11), Rafael Alcides (12), Raúl Luis (13), César López (14), Antón Arrufat (15), Pablo Armando Fernández (16), Mario Martínez Sobrino (17), Luis Suardíaz (18), Adolfo Suárez (19), Eduardo López Morales (20) y José Martínez Matos (21).
Como suele suceder, su obra poética fue la que más sufrió su decisión, porque el espíritu de la creación suele huir de aquellos que con su silencio compran comodidades.
Fayad Jamís pasó de escribir poemas hilvanados con bellas metáforas —como Auschwitz no fue el jardín de mi infancia; El ahorcado del café Bonaparte; Vagabundo del alba; Por una bufanda perdida; Cuento árabe para Mariannik y otros— al teque oportunista. En fin…, cada quien sabe lo que busca en la vida. No lo juzgo, sólo hago uso del derecho a expresar mis opiniones.
Hay poesías suyas que me gustan; las que más me interesan se encuentran reunidas en Los puentes (1962), libro que fue escrito entre los años 1956-1957 y que es pasarela que une dos etapas de su creación —la de la angustia existencial, que suele renegar de los signos de puntuación, y la de la euforia por mostrar, como afirma en La vida, el «cercano rumor de la realidad».
Fayad no fue trovador de estilo definido. En una entrevista que leí hace un tiempo, creo que en Jiribilla, reconocía que dejaba que fuese el tema quien decidiera la forma en la que quería presentarse al mundo. Así que hay versos conversacionales, surrealistas, expresionistas, realistas…
Aquí dejaré algunos de mis poemas preferidos, porque aquellos en los que entrega «hasta la sombra» —Por esta libertad— ya tienen sus voceros. Son mis elegidos los que acostumbran a mostrarlo en el tiovivo de su soledad. Quizás me gustan porque desprenden esa tristeza honesta en la que silban —aunque a veces bajito— el amor y la esperanza.
Entre hojas de otoño, algunas piedras cayendo, el chin-chin de la lluvia, sombreros, algunos gatos y unos cuantos pájaros, motivos que con frecuencia inspiran sus versos, me marcho. Ilustro las poesías con cerámicas y esculturas de Wifredo Lam.
Que hable la voz del poeta.
POEMAS
El guardián del paraíso, escultura en bronce, 1970.
NADA
Nada tiene sentido cuando el paralítico del barrio
corre a través de la rue Daguerre
sonriéndole al carnicero sonriéndole al cartero
diciendo que la vida es bella
como una lluvia de girasoles
Nada tiene sentido cuando tú me miras
con esos ojos
que quieren decir
No te conozco
Nada tiene sentido cuando los gatos
resbalan por el techo del mercado
cuando comemos sin querer vivir
cuando vivimos pensando en las mañanas perdidas
(Los puentes, 1962.)
*
Sin título, terracota pintada a mano por el artista, 1977.
OCTUBRE
Cuando todos los sueños habían muerto
y los automóviles habían aplastado mi lámpara mi pan
en medio del otoño de la lluvia de la noche vacía
surgiste tú extraviada miedosa
Yo te acompañé a través de las calles oscuras
bajo el agua las hojas caían el suelo estaba lleno
de sombras amarillas
Los dos estábamos tristes
los dos empezamos a caminar
desconocidos lejanos entrañables hombro con hombro
mientras las gotas de la lluvia la alegría caían sobre nuestras cabezas
Niña de agua en tus ojos una ternura amarga
despedía palomas de temor palomas mensajeras
que vienen a dormir silenciosas en mi alma
Todas las horas perdidas todos los desastres
iban quedando atrás Tú estabas ahí
en medio de la noche con algo de lámpara en los cabellos en la voz
No te conozco no sé de qué polvo está hecha tu claridad
y ya eres como la estrella que siempre estuvo ahogada en mi sangre.
(Los puentes, 1962.)
*
Sin título, terracota pintada a mano por el artista, 1961.
HAY ALGO DESCOMPUESTO
Hay algo descompuesto debajo de la cúpula de aquel edificio
debajo de la cúpula del cielo
una rata atorada entre las hojas de un capitel
pájaros muertos en el aire lluvioso
Pero aquí abajo entre las sillas o en medio de la calle
hay también algo que hiede
automóviles podridos
cabezas llenas de lujuria o de miedo
flores de papel
Hay que buscar un pañuelo empapado en vinagre
o una escafandra
O huir ¿hacia dónde? de esta zona sembrada de muerte sin sentido.
(Entre la muerte y el alba, 1994.)
*
Sin título, terracota pintada a mano, 1977.
EL AHORCADO DEL CAFÉ BONAPARTE
A Pablo Armando Fernández
Para no conocer los abismos del humo
para no tragarse los periódicos de la tarde
para no usar unos espejuelos cubiertos de sangre o telaraña
El que estaba sentado en un rincón lejos de los espejos
tomándose una taza de café no oyendo el tocadiscos
sino el ruido de la pobre llovizna
El que estaba sentado en un rincón lejos de los relámpagos
lejos de los leones morados de todas las guerras
hizo un cordón con una hoja de papel
en la que estaban escritos el nombre del Papa el nombre del Presidente
y otros dos mil Nombres Ilustres
y a la vista de todos los presentes
se colgó del sombrero que brillaba sobre su cabeza amarilla
El patrón del café salió bajo su capa negra en busca de un policía
Armstrong cantaba sin cesar la luna había aparecido
como una gata furiosa en el tejado
Tres borrachos daban puñetazos en el mostrador
y el ahorcado después de mecerse dulcemente durante un cuarto de hora
con su voz muy lejana
comenzó a pronunciar un hermoso discurso
«Maintenant je suis pendu dans le Bona
La lluvia es el cuarzo de mi miseria
Los políticos roen mi bastón
Si no me hubiera ahorcado moriría
de esa extraña enfermedad
que sufren los que no comen
En mis bolsillos traigo cartas estrujadas
que me escribí yo mismo
para engañar mi soledad
Mi garganta estaba llena de silencio
ahora está llena de muerte
Estoy enamorado de la mujer que guarda las llaves de la noche
Ella se ha mirado en mis ojos sin saber quién he sido
Ahora lo sabrá leyendo mi historia de hollín en los periódicos
Sabrá que me llamaba Louis Krizek
ciudadano del corazón de los hombres libres
heredero de la ceniza del amanecer
He vivido como un fantasma
entre fantasmas que viven como hombres
He vivido sin odio y sin mentira
en un mundo de jueces y de sombras
La tierra en que nací no era mía
ni el aire en que reposo tampoco
Tan sólo he poseído la libertad
es decir el derecho a sufrir a errar
a ser este cuerpo frío
colgado como un fruto
entre los que cantan y ríen
entre una playa de cerveza
y un templo edificado para adorar el miedo
La mujer que guarda las llaves de la noche
sabrá que me llamaba Louis Krizek
y que cojeaba un poco y que la amaba
Sabrá que no estoy solo que conmigo
va a desaparecer un viejo mundo
definitivamente borrado por el alba
Así como la niebla a veces aplasta
las flores del cerezo
la muerte ha aplastado mi voz».
Cuando el patrón volvió con un policía de lata y azufre
el ahorcado del café Bonaparte
ya no era más que el humo tembloroso de un cigarro
bajo el sombrero
sobre una taza con restos de café.
(Los puentes, 1962.)
*
Sin título, placa de plata, 1962.
A LA ORILLA DEL RÍO
A la orilla del río hay un pescador
contemplando las estrellas de la tarde
Un mendigo duerme abrazado a su botella vacía
la oscura boina por almohada
Los pájaros picotean y saltan cerca de sus pies
Aguas lentas y sucias
Un pez color de madera podrida
da vueltas entre las flores blancas de los álamos
El cielo está azul los perros ladran en los puentes
como al amanecer en los campos de Cuba
cuando el lechero pasa sobre su cabello alazán
En esas aguas se han cerrado innumerables párpados
pero ahora el sol que aún no va a ocultarse
tiembla sobre el mendigo sobre las aguas sucias sobre tus cabellos
Y no es lo mismo la tarde sobre el flanco de un ahogado
que sobre las ramas donde toda la blancura del mundo resplandece.
(Los puentes, 1962.)
*
Sin título, placa cerámica, 1977.
AUTOMÓVILES
Ahí enfrente, en la calle,
los árboles mojados por la lluvia tiemblan constantemente,
mientras pasan los automóviles a una terrible velocidad.
Todo está lleno de zumbido de los motores:
la botella cuya espuma llega hasta mi cabeza,
la antiquísima bruma del barrio,
el sombrero del que está en la esquina esperando el autobús.
A veces los automóviles relampaguean
en la sombra del bulevar.
A veces alguno se detiene
como un pez en la orilla apacible del río.
Máquinas. Animales.
Pero debajo de esa cubierta luminosa
hay, verdaderamente, seres humanos.
(Entre la muerte y el alba, 1994.)
*
Sin título, terracota pintada a mano, 1977.
AUSCHWITZ NO FUE EL JARDÍN DE MI INFANCIA
A Otto Fernández
Auschwitz no fue el jardín de mi infancia. Yo crecí
entre bestias y yerbas, y en mi casa
la pobreza encendía su candil en las noches.
Los árboles se cargaban de nidos y de estrellas,
por los caminos pasaba asustándose una yegua muy blanca.
Auschwitz no fue el jardín de mi infancia. Sólo puedo
recordar el sacrificio de las lagartijas,
el fuego oscuro del hogar en las noches de viento,
las muchachas bañando sus risas en el río,
la camisa sudada de mi padre, y el miedo
ante el brutal aullido de las aguas.
Auschwitz no fue el jardín de mi infancia, comí caramelos
y lágrimas, en mi avión de madera conquisté
nubes de yerba y no de piel humana.
Soy un privilegiado de este tiempo, crecí bajo la luz
violenta de mi tierra, nadie me obligó a andar
a cuatro patas, y cuando me preguntan mi nombre
un rayo parte la sombra de una guásima.
(Abrí la verja de hierro, 1973.)
*
Osun, escultura de bronce, 1977.
MEJOR ES LEVANTARSE
A Luis Rogelio Nogueras
Si no puedes dormir levántate y navega.
Si aún no sabes morir sigue aprendiendo a amar.
La madrugada no cierra tu mundo: afuera hay estrellas,
hospitales, enormes maquinarias que no duermen.
Afuera están tu sopa, el almacén que nutre tus sentidos,
el viento de tu ciudad. Levántate y enciende
las turbinas de tu alma, no te canses de caminar
por todas partes, anota las últimas inmundicias
que le quedaron a tu tierra, pues todo se transforma
y ya no tendrás ojos para el horror abolido.
Levántate y multiplica las ventanas, escupe en el rostro
de los incrédulos: para ellos todo verdor no es más que herrumbre.
Dispara tu lengua de vencedor, no solo esperes la mesa tranquila
mientras en otros sitios del mundo chillan los asesinos.
Si no puedes soñar golpea los baúles polvorientos.
Si aún no sabes vivir no enseñes a vivir en vano.
Tritura la realidad, rómpete los zapatos auscultando las calles,
no des limosnas. Levántate y ayuda al mundo a despertar.
(Abrí la verja de hierro, 1973.)
ENLACES RELACIONADOS
Sobre la poesía (Manuel Díaz Martínez).
José Álvarez Baragaño. Poemas.
Manuel Díaz Martínez. Poemas.
Roberto Branly. Poemas.
Rafael Alcides Pérez. Poemas.
La traducción poética según Manuel Díaz Martínez.
Belkis Cuza Malé. Poemas. Pintura.
Ángel Escobar Varela. Poemas.
Poemas a propósito de una foto.
Poetisas cubanas. Poemas.
La trinchera (Ofelia Gronlier Lamar).
«Al pie de la memoria». Poemas cubanos del exilio.
Fuera del juego (Heberto Padilla). Algunos poemas.
Inferno (Reinaldo Arenas). Poemas.
Carilda Oliver Labra. Poemas.
Fina García Marruz. «Los Rembrandt de L’Hermitage».
Marcelino Arozarena. Poemas.
La ciudad muerta de Korad (Oscar Hurtado).
La pintura y la poesía en Cuba. José Lezama Lima. Texto.
Un viaje a La Habana en fragmentos literarios.
Los dos balseros.
Teselas de mi mosaico habanero.
El cubano que silba al viento.
Poemas. Luis Rogelio Nogueras.
Nicolás Guillén y Landaluze. Poemas y grabados.
La entrada Fayad Jamís. Algunos poemas. se publicó primero en El Copo y la Rueca.