Revista Diario

Feather & Teller, escritores

Publicado el 11 enero 2011 por Blopas

Esta es una anécdota en partes: la 26a en la saga del Dr. Kovayashi.

Jingle Bell | Continuará…

_ “Acaba de entrar a su casa, parecía ofuscado…”

_ “¿A qué te refieres?”

_ “Verás, tomó nuestra hermosa tarjetita (¡con lo que me costó insertarla entre el marco y la puerta!) y sin ni siquiera echarle un vistazo la arrojó a la calle como si se tratara de una…”

_ “¡¡Shhh!!” interrumpió Feather, acompañando su grosería con un movimiento de brazos. Le agradaban esos golpes de efecto, y paladeaba el silencio posterior con verdadera fruición. Ahora tenía frente a sí a un Teller cariacontecido, por lo que se cuidó de no retomar la charla antes de tiempo. “No lo digas, alguien podría escucharte. El tipo está desequilibrado, lo sabemos pues lo hemos observado de sobra. No importa cuántas tarjetas le hayamos dejado, por varios días se recluirá en su casa. Tendremos que volver a postergar el… ejem… trabajo.”

_ “¡Zambomba! Hablas con la verdad, Heriberto, y por ello te admiro y te detesto al mismo tiempo. De sólo pensar que permaneceremos más días en este barrio, en este piso… Quiero irme. Ya escribimos lo necesario, terminemos ahora mismo el resto y larguémonos.”

_ “Discreparé contigo, amigo Ferdibaldo. Tanto la vecindad como la particular etología de sus habitantes me resultan muy… ejem… seductoras. Además, conoces mi carácter, odio dejarme llevar por la ansiedad. ¡Todo a su debido tiempo! Sugiero que nos relajemos y que continuemos editando el manuscrito.” Y habiendo dicho esto, Feather retornó a su ordenador. Teller, por su parte, fastidioso y con los brazos en jarra, miró el primer cajón de su escritorio y recordó que allí había colocado la 9 mm.

Sin embargo, Feather estaba tan equivocado como rascarse el pie con el zapato puesto, ya que en ese mismo momento el Dr. Kovayashi cruzaba la calle hacia el departamento. Enero había convertido a Sobremonte en un horno solar. Ya no quedaban pastos entre los adoquines ardientes, ya nadie caminaba por esas veredas a riesgo de insolarse o de ser asaltado en soledad. Además, el zumbido de los acondicionadores de aire era intolerable. “Jodido estilo de vida”, se lamentó Kovayashi, “cada cual en su cueva hasta el otoño”. Su reloj pulsera marcaba las 13:45. No eran horas para andar visitando vecinos, pero ciertamente no le importaba. Acababa de regresar del hospital, donde se había enterado de boca del mismísimo Brontes que cinco días después de aquella visita, Rómulo había partido al más allá, y que si bien no eran cosas de su incumbencia, al día siguiente el cadáver había sido reclamado y retirado por un enano giboso. Sin lamentos ni preguntas, Kovayashi se despidió del médico y enterró definitivamente el asunto de la Sra. W. y su esposo Rómulo.

Cuando Feather abrió la puerta, Kovayashi notó que sólo veinte días sin verlo habían bastado para que olvidara sus rasgos. De todos modos, ambos se saludaron cordialmente como si fueran vecinos de larga data. Escondido tras el cuerpo de Feather, Teller entreabrió el cajón del escritorio.

_ “Permítame presentarle a mi socio: Ferdibaldo Teller”, dijo Feather.

Aun para el delicado criterio fisonómico de Kovayashi, el parecido entre Feather y Teller era tan desconcertante como sus nombres. “Saquemos factor común y veamos qué queda”, pensó el científico. “Queda un tipo ni alto ni bajo, magro, levemente encorvado hacia delante; cara afilada, frente ancha, nariz cortada a formón, ojos marrones, dientes manchados de nicotina; brazos largos, manos huesudas, sin anillos; pantalones de franela, tiradores, camisa con aureola de sudor; cabello pardo, peinado hacia atrás con grasa. Mocasines negros, sin lustrar.”

_ “En cuanto a mí, puede llamarme Heriberto, Doctor”, dijo Feather, y haciéndose a un lado añadió: “¿Se queda, no? Perfecto; el té está recién preparado.”

Kovayashi demoró en responder pero conservó una sonrisa pétrea hasta completar su razonamiento. “Ahora analicemos el tamizado. A primera vista, Heriberto parece más simpático, aunque mejor ser precavido: al darnos la mano sentí que sacudía un arenque fofo. Posee un tic nervioso que lo hace parpadear repetitivamente; posiblemente sea una afección neuronal. Su camisa es blanca a cuadros azules. Luego, Teller es un tipo taciturno, enigmático. No me dio la mano, saludó de lejos agachando la cabeza. Su camisa es a bastones celestes verticales. Su PC está apagada.”

_ “Como le decía, somos escritores”, arrancó Heriberto. “Ficción, principalmente. Formamos una buena sociedad, ¿no es así, Ferdibaldo? Puede parecer introvertido, y de hecho lo es, pero el 100% de nuestras historias nacen de su febril imaginación. Es un verdadero genio. Yo sólo oficio de… ejem… abogado del diablo; escribo y edito… son funciones de las que me enorgullezco y que, por otra parte, él sería incapaz de llevar a cabo. Trabajamos por encargo y bajo seudónimo estricto. TV, internet… cosas por el estilo. Por eso nunca oyó de nosotros. No obstante, aquí estamos por algo diferente, alquilamos este bonito departamento para escribir en paz nuestra primera… ejem… novela.” El Dr. pensó que si hubiesen visto el piso en los días de Scalisi, con el olor pestilente, la pascualina momificada en la puerta de la heladera y la ballesta manchada con sangre de pene, eso de bonito habría estado de más.

_ “Para nosotros sería un verdadero honor si Ud., Doctor, leyera esta primera versión”, dijo Heriberto mientras apoyaba sobre su escritorio un sobre de papel madera con una inscripción manuscrita: “Kovayashi”. El Doctor tomó el sobre y tras excusarse por los efectos diuréticos del té, pasó al cuarto de baño; nunca imaginó cuánto irritó a Teller el hecho de que no preguntara el camino…

La estadía en el recinto sagrado se prolongó más allá de la micción. Por múltiples razones, Kovayashi desconfiaba de ambos. Excepto los consagrados, ningún escritor ignoto alquilaría un piso para escribir su primera novela. Además, si apenas lo conocían, ¿por qué le habían confíado la lectura del manuscrito? Tampoco era normal que le hubieran pasado 40 tarjetas de presentación bajo la puerta. Trabajaban todo el día, mas no interactuaban con nadie, no recibían el periódico, no salían a hacer compras. Era evidente que los movía algún tipo de interés en él, un interés enfermizo. Esta conclusión le erizó los pocos rulos de la nuca.

La culata de la pistola estaba a la misma temperatura que la palma de Ferdibaldo, pero Kovayashi nunca se enteró. Para el momento en que regresó al living, Feather ya se había bebido todo el té y como hipnotizado leía un texto de la pantalla de su PC. Por el grosor del silencio indujo que habían discutido, así que se despidió desde la puerta con un “adiós” inexpresivo, bajó la escalera y escapó a la vereda usando un duplicado que nunca había devuelto. Ya en el umbral de su casa miró hacia el ventanal del 1ro A donde reconoció las dos siluetas tras el cortinado. Agitó sobre su cabeza el sobre de papel madera como reiterándoles cuán agradecido estaba, aunque entre dientes los maldecía y perjuraba quemar ese manuscrito tan pronto le fuera posible.

_ “Fue un error dejarlo ir”, masculló Teller mientras guardaba la 9 mm en su cinturón.

_ “¡¡Shhh!!”, respondió Feather.

El silencio duró hasta el día siguiente.

 


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