Entrañables fechas las que estamos viviendo. O así debería ser. Sin embargo, en numerosas ocasiones nos las pasamos despotricando por su causa. Que si el año pasado nuestro hermano y su mujer se hicieron los suecos y no " pringaron" en los preparativos, que si en casa de la familia política son todos unos muermos y menudo aburrimiento de cena nos espera, que si el año pasado tu hermana puso pavo y langostinos para cenar y por qué este vamos a poner nosotros cochinillo y percebes...
Y luego llegamos al trabajo y nos preguntan los compañeros por la cenita y contestamos que todo fue bien y que disfrutamos de una entrañable velada en familia. Es una lástima que, ni por una vez al año, aunque lo marquen las fechas religiosas y comerciales, dejemos de sacar el cuchillo.
Este año, sin embargo, decidí que iba a desear felicidad con el corazón y que no me iban a obligar a hacerlo las fechas en las que todo el mundo lo hace de boquilla y porque la norma obliga. A quien felicitara, sería porque deseo que lo sea y, de hecho, felicitaré con ese propósito a personas que me han hecho sufrir mucho. Este cambio ha sucedido desde el perdón necesario, pues me he dado cuenta que si no se echan fuera la inquina y la rabia, no podremos vivir en armonía con nosotros mismos y no podremos disfrutar de la vida.
Hace unas semanas me llamó un hombre con quien salí. Se fue como muchos hicieron, sin las agallas y el coraje de despedirse de mí. Supongo que dar la cara ya no se lleva o, simplemente que a mí me ha tocado enamorarme de hombres sin valentía ni coraje. Este hombre me pidió regresar. Me echaba de menos, según él. Y también me pidió que entendiera el motivo por el que se fue. Le dije que no. Mi cupo de decepciones y perdón estaba completo y además, tengo ilusión de nuevo por vivir. Me pidió que entendiera que estaba fatal cuando se fue y yo, aunque por entender trato de entender hasta lo kafkiano, volví a decir que no. Deciros además que el daño, añadí, estaba perdonado, pero que la lección también estaba bien aprendida.
Soy poco dada a confesar mi alegría, y más de hablar de la tristeza por deformación profesional poética, o quizás porque tenga el miedo de que, al contar que estoy tranquila y relajada porque soy feliz, la felicidad decida marcharse. Supongo que toda herida lleva su tiempo de curación y ese tiempo sanará todo.
Y en esta época de paz, amor, buenos propósitos, cinismo y despropósitos variopintos, le felicitaré el año y le desearé lo mejor. No me salió ese vómito cínico que se respira en Navidad y no lo hice en Nochebuena (en mi descargo comentaros que estaba liadilla con la cena y más de una felicitación se me quedó en el tintero). Tampoco tuve que perdonar nada, pues esa historia estaba superada, ya que le perdoné hace mucho, cuando decidí no caer en esa piedra nunca más. Sin embargo, le ofrecí mi tiempo y la posibilidad de un cafecito en mi compañía. Dudo que acepte (muchos hombres tienen el orgullo en el culo y ya lo podrían tener donde deberían...).
Y dicho esto, comentaros que me he propuesto ir al gimnasio y que voy a hacerlo; que si quienes me prometieron cumplen, de puñetera madre y que si no cumplen, de puñetera madre también (cero rencor); que intentaré no dar consejos si no me los piden; que estaré en la sombra para mis seres queridos y amigos y saldré de ella solo si me reclaman; que perdonaré si eso supone una reconciliación con mi interior y que lo haré también si supone para los otros un lavado de conciencia. Y que voy a dar todo y más de lo que di a quienes no lo merecieron, a quien está a mi lado y se lo merece de verdad.
En marzo me he propuesto estar de dulce, así que igual cambio mi foto de perfil en redes y blog y me veis con un pelazo rojo pasión y un vestido de la leche. Y con mi sonrisa de siempre, que esa la llevo por bandera.
Sed felices. Mucho y siempre.