Revista Talentos

Felicidad inconsciente

Publicado el 10 noviembre 2014 por Isabel Topham
No era capaz de asimilar la realidad que estaba presenciando, nunca antes había llevado más de dos suspenso a casa, ni le había pegado cuatro voces a su madre ni siquiera se le habría pasado por la cabeza abusar de su hermano pequeño. No era consciente de su suerte, de estar aún a tiempo de cambiar su forma de ser en aquella dura etapa.
Comenzó a salir todos los viernes por la noche, sin faltar uno, y volverse a las tantas de la madrugada. Siempre con algún que otro cubata de más, e incluso vómito en el pasillo de su casa. Olía a tabaco, alcohol y tenía algún que otro arañazo en el brazo o cualquier otra parte visible a simple vista del cuerpo, el cual decía mucho del lugar en el que había estado la noche anterior. Siempre se encontraba con la dificultad de abrir la puerta de su casa y ver a su madre temblando,  iluminada por el foco de la lámpara de atrás sofocada por los lagrimones que recorrían por sus dos mejillas. Le saludó con la mano en señal de cansancio, a quien dio las buenas noches y se marchó a la cama.
Marcos, un chico de 19 años, alto, delgado y de tez morena. Era incapaz de ver a alguien sufrir y, menos, a su madre. A quien había luchado día tras día y, aguantado todos sus llantos desde que nació. A ese ser que debe ser esculpido por la mano y tierra de Dios, a quien nos dio todo sin recibir nada a cambio. No estaba dispuesto a volver en aquellas pésimas condiciones a su casa o, al menos, intentar aparentar estar bien yendo siempre a una hora razonable. Aunque, eso decía siempre y, bueno, no iba a ser más que la siguiente vez de realizar el continuo acto de trasnochar y huir de la felicidad de su madre.
Su vida no estaba pasando por un buen momento, e intentaba huir por miedo a su soledad. A su padre le ofrecieron un trabajo en otra ciudad que le obligó a dejar a sus amigos y a su novia, con quien ya llevaban 3 meses saliendo juntos. No le hacía mucha gracia el tener que dejar toda su vida atrás para comenzar un nuevo camino. A pesar de ser sociable, no se le daban muy bien los comienzos en las nuevas amistades.
Todas las noches se acordaba de sus amigos, y de ella. Tenía dos fotos en su mesilla con tal de no olvidarlos tan fácilmente, aunque sus noches de "Skype" también impedían el olvido entre los sujetos.
Esa vez, no fue nada fácil encontrar a alguien a quien aferrarse emocionalmente. Apenas tenía amigos en la nueva ciudad, y su único deseo era volver hacía el lugar de sus orígenes.
La tierra que lo vio nacer y verá morir.
Su suerte cambió con el tiempo, empezó a contemplar el aire de la ciudad en la que vive de otra manera. Había creado un grupo de amigos afiliados a un mismo pensamiento, ideología o afición. Los viernes por la noche se reunían en el sótano de la casa de uno de ellos, para jugar a las cartas, beber vino y fumar una cajetilla de cigarrillos apestando el local a humo.
No tenían dinero para pagarse unas partidas al póker lo que les llevaron a crear su propio casino. Todo aquel que perdiese y no tuviese dinero que dar, se debería enfrentar a uno de los castigos que ellos mismos crearon. Sin tener idea de liderar un grupo, inconscientemente había creado una secta; la cual, con el tiempo, actuó en su contra.
Dejó de pagar sus deudas a medio mes, y aún siendo consciente de su situación continuó jugando. Aquello era lo más parecido que tenía allí a un grupo de amigos, y no quería fallarles. Cada noche llegaba con un rasguño en el antebrazo derecho (y, en ocasiones, en el pecho también) el cual observaba su madre nada más entrar por la puerta y quien se ponía a llorar de verlo en aquella trágica realidad.
Marcos, Marcos... déjalo... por favor.
Marcos adormido, fue incapaz de escuchar con claridad las palabras de su madre. Pero su madre, seguía sin rendirse, continuaba pronunciando exactamente las mismas letras con el mismo miedo en el cuerpo y entre lágrimas se echó a llorar.
Sin embargo, al fin abrió los ojos, pero raramente. Pudo percibir la pésima imagen de su madre a causa del sueño acumulado en aquellos últimos días. Parecía duplicarse, difuminada, y tranquila en cuanto a la imagen en movimiento.
Tras escuchar varias veces la misma sentencia en la boca de su madre y, a su vez, percibir el miedo que sentía por su propia vida, negó en rotundo. No iba a renunciar a aquel sueño hecho realidad, no quería alejarse de aquellas personas ahora que los tenía más cerca y se hacían pasar por sus amigos. No quería distanciarse de ellos como lo hizo de sus otros amigos, de los cuales ya apenas sabe nada.
Marcos, ellos no son tus amigos. Tus amigos no son esos...Y,  sin ser capaz de terminar la frase debido al profundo llanto que padecía en su interior junto al miedo que sentía y cualquiera que pasase por delante de ella pudiera percibir, señaló con el dedo en una sola dirección cuando una voz brusca y fuerte retumbó desde allí mismo, a donde apuntaba el dedo y trataba de escabullirse el llanto.tus amigos somos nosotros, ¿ya no te acuerdas?
Cinco personas de desiguales tamaños sonriendo entre lágrimas al volver a ver a quien hace tiempo dejaron ir por asuntos familiares, y el mismo que vuelve a llorar por reconocer aquellas caras conocidas.
Por un momento, les hicieron olvidar aquel intenso dolor incrustado en el cuerpo; quienes volvieron a sonreír al verlo allí, aunque esta vez con alguna que otra cicatriz en el cuerpo, moratones y el ojo vago. Inconsciente de su estado físico, olvidó por unos instantes el vendaje e hizo intento de levantarse para ir corriendo hacia su encuentro y, fundar entre todos un cálido abrazo.
Toda alegría conlleva un dolor o, ¿acaso existe el arcoiris sin antes haber experimentado la lluvia?

Volver a la Portada de Logo Paperblog

Sobre el autor


Isabel Topham ver su blog

El autor no ha compartido todavía su cuenta El autor no ha compartido todavía su cuenta

Sus últimos artículos

Revista