Ayer, B se quedó dormida temprano, por lo que me sorprendió que hoy despertara tarde. Aproveché para dormir también, y cuando me levanté, me sentí descansada. ¡Hace mucho que no me sentía así! Eso me puso de muy buen humor, y disfruté especialmente cada cosa que iba construyendo el día. Pensé que era la felicidad total.
Por la tarde, me senté junto a ella: estaba concentrada en las luces del conejo que dice ser su mejor amigo, pero a la vez tenía evidente interés en un juguete muy loco, que también tiene luces pero hace mucho más escándalo. Encendí el juguete loco, y B lo hizo moverse para que sonara y se iluminara, sin soltar el conejo. Pasaba de un juguete a otro, empleando toda su capacidad cognitiva y motriz, para conseguir tener los dos juguetes dando show al mismo tiempo. Le ayudé un poquito, ¡y qué gusto! Entonces volteó a ver su caracol. Lo encendí, y lo tomó. Ahora tenía las luces y sonidos de los tres juguetes al mismo tiempo. Pensé que era la felicidad total.
Más tarde, mientras yo lavaba ropa -adentro de la casa-, se subió a una caja de plástico que es parte de las últimas novedades, y se quedó ahí, sentadita, de lo más contenta: sonriendo como solo ella, dando grititos de gusto, volteando a un lado y al otro; así nada más: sentada... por un largo rato. Esa sí que era la felicidad total. ´
Al rato estaba jugando con un hilito negro, y volvió la concentración gozosa. Luego le di vueltas, en brazos, y volvió la alegría vistosa.
Nuestros días están llenos de escenas del tipo.
Me di cuenta de lo feliz que soy.
Silvia Parque