Siempre podremos jugar con las letras. Tras las letras. Siempre podremos jugar a palpar colores escondidos, atrapar emociones guardadas, recortar aromas indefinidos dentro de sus formas, formas que encadenan imágenes que se pintan solas a través del alma. Y esas imágenes son las que forman poemas, y éstos los que forjan sueños, ninguno igual. Mil cien sueños en diez versos.
A veces nos obligan a detener el paso, o el tiempo, o la ilusión misma. A veces nos empujan al camino, o a la vida. A veces un sueño muere al comenzar la estrofa. Otras, nace al pie de la página como la gota que da vida una vez en tierra.
Creo en la magia de los sueños de un poeta. Basta la precisa muerte de lo mediocre. Basta un mar blanco de efluvios azules a su lado. Entonces se quiebra el hermético brote de vergüenza y el corazón razona ilógicamente, con la lucidez propia de cada corazón bohemio.
Siempre podremos jugar con los sueños. Nuestros sueños. Enjugarlos en nuestro universo justo al límite de la eternidad. Y creer que en algún lugar, en algún momento, habrá un sueño profético junto a nuestro poema preferido que se cumpla, aunque pase toda una historia.